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Soberanía perfecta

La verdad es que parece monstruoso que el ministro de Hacienda del muy ludópata reino de España grave los premios de la lotería (por encima de los 2500 euros, que es calderilla). Sobre todo porque son los dueños de la ruleta, las tragaperras y el bacarrá y no hay día que no nos inciten a jugar. Incluso más y más veces que Joaquín Prat. Tengo claro que la vocación oculta de la mayoría de nuestros políticos es la de jefe de pista del circo Barnum con toda su galería de frikis, empezando por nosotros sus votantes. También les gustaría -a la vista está- ser crupieres de casino o, al menos presentadores del Telediario.

A veces, ocurre al revés, que una presentadora del Telediario se mete en política, como le ocurre doña Letizia, The woman who would be the Queen, Ruydard Kipling no fue capaz de imaginarlo. El caso es que le pregunto a mi sobrina Natalie, que es alemana, si en su país gravan los premios y, tal como me temía, contesta: «creo que no». En el fondo da igual lo que hagan otros. Es una indecencia ponerle palos a la rueda de la fortuna, que es otro nombre del ciego azar o de la Providencia, ¿no?. Ya pagamos al Estado al comprar los décimos, casi siempre sin esperanza, al menos, de reintegro. Y volvemos a pagar IVA cada vez que compramos cosas con el importe del premio, si llega.

Es decir, que pagamos una y otra vez por los que no pagan nunca o pagan muy poco, quizás porque son amigos del dueño de la hucha o personas de provecho que, en este país significa, a menudo, estar muy cerca de ser un perfecto delincuente. En fin, que es un contradiós congelar las sonrisas de la suerte porque si un ministro tuviera semejante potestad debería de consolarnos, también, por los golpes de desgracia. Unas oposiciones suspendidas: mil euros. Una chica que te dice «La verdad es que sólo te veo como amigo»: dos mil euros. «Tiene usted un melanoma de libro»: tres mil euros. Y así sucesivamente. Los impuestos son para las ganancias de trabajo y capital. Tocar la suerte trae mala suerte, señor Montoro, porque es desafiar la soberanía perfecta.

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