Si algo he aprendido del cáncer es que cada enfermo lo sufre de la misma forma que vivió sus pocos o muchos años de salud. Tengo un amigo en el Clínico con dos vísceras pinzadas por el cangrejo. Como cuando andaba por bares y edificios en obras, no se puede estar quieto, es su naturaleza, se pliega en la cama como un yogui aburrido de sus propias posturitas, cambia compulsivamente el canal de la tele y nos cuenta media docena de proyectos. Si alguna vez conquista la quietud será porque la quietud le ha conquistado a él. Además de eso, José Sáez, El Morrut, que así se llama, es el hombre del misterioso abdomen fluctuante. Una día lo tiene hinchado por algún encharcamiento y al otro se lo han drenado.
Como además de bartender (que dicen ahora) y promotor, también pinta cuadros y no lo hace mal, ya tiene destino adjudicado para sus obras y para las de su amigo Wlady (el de la discoteca Barraca):
-He decidido subastarlas por internet y el dinero que obtenga será para el Inclica, el instituto de investigación del Clínico.
En el Clínico de Valencia investigan el cáncer otros dos amigos, Rosa Noguera y Samuel Navarro:
-El cáncer se cura investigando -dice Rosa. En sus horas libres es postulante de unos calendarios a diez euros la pieza destinados a contribuir al combate contra el cáncer infantil. El protagonista de este calendario con historias es un chaval que se vino de Vigo con su madre y sus tías: los lametazos de las leonas curan.
Hay muchas formas de comenzar dignamente el año. El examen de conciencia es una de las opciones clásicas, pero también se puede apagar la tele y mejorar el rendimiento sexual, o no parar siquiera.
«Tengo una mentalidad estratégica -dice el Morrut- sé en qué momento y para qué cosa os necesitaré a ti, a Eugeni o a Arturet. Tots els fils no valen per a tots els descosits». Sigue el tratamiento pero se interesa por las hierbas. Come bien pero sigue un régimen. Y ya ha liado a unos cuantos para crear un centro médico.
