En la Roma republicana, si uno deseaba ser elegido para desempeñar un cargo público, la ley le obligaba a cruzar el Pomerium -para que nos entendamos, de cruces para adentro- y presentar su candidatura personalmente ante los magistrados encargados de organizar las elecciones. El inconveniente radicaba en que, una vez cruzado ese límite político geográfico, quedabas expuesto a que tus enemigos presentaran una denuncia ante el tribunal del pretor y te procesaran bajo cualquier acusación mas o menos fundada, habitualmente por corrupción. Como ven, la judialización de la política no es un invento reciente.

El aspirante en cuestión se veía forzado a escoger entre presentar su candidatura y ser perseguido por la justicia o no hacerlo y dar por finalizada su carrera política. La única alternativa residía en que un tribuno de la plebe amiguete llevara ante la Asamblea una ley especial, flagrantemente inconstitucional, que permitiera que dicha candidatura se admitiera in absentia, es decir sin tener que pisar Roma.

No me digan que el asunto no guarda un extraordinario paralelismo con la maniobra de Carles Puigdemont, señor «Paracetamol» como lo llamó por error una encantadora viejecita en un programa de televisión. Este presunto delincuente huido de la justicia pretende ser candidato a la presidencia de Generalitat catalana in absentia. Para ello precisa que Carme Forcadell o quien la sustituya, en el papel del tribuno de la plebe amiguete, modifique el reglamento del Parlament para permitirle hacerlo y convertirse en una especie de presidenciable por Skype.

Dos reflexiones que me tienen en un sinvivir. En primer lugar, la pretensión de este buen hombre y de una parte nada desdeñable del nacionalismo catalán de nuevo condena al Parlament y a la sociedad catalana al mas espantoso de los ridículos y el ridículo es, según decía el Molt Honorable Tarradellas, lo único que no se puede hacer en política. Por otro lado, suponiendo que esta estrafalaria y grotesca maniobra se perpetrara, ¿después qué? Tal vez Puigdemont piense que aterrizando en El Prat investido como president evitará su detención. Ya saben, como en tiempos de Franco, «¡Oiga pollo que usted no sabe con quién está hablando!». Dría un imperio por ver la cara de los dos números de la Benemérita mientras proceden a esposarlo. ¿Es necesario convertir a Cataluña en una especie de patio de Monipodio, en una ópera bufa, en el hazmerreír de Europa? Permítanme acabar parafraseando a Cicerón y así no salimos de Roma: «Hasta cuando, Paracetamol, abusarás de nuestra paciencia».