Las rachas de viento han complicado la extinción de dos incendios de gran impacto ambiental en el territorio valenciano en menos de una semana. Ayer ardió el Marjal dels Moros, un espacio protegido de alto valor en biodiversidad en Sagunt, un humedal emblemático en el Camp de Morvedre (en cuyo entorno se encuentra el Centro de Educación Ambiental de la Comunidad Valenciana). Y hace solo seis días, otro siniestro, originado en el término de Culla, arrasó 400 hectáreas en la comarca del Alt Maestrat, con afección a numerosas masías con explotaciones agrarias y ganaderas, especialmente en el entorno de la Esparreguera. Se concede el mayor protagonismo mediático al viento, sin embargo, es aconsejable una perspectiva más amplia: el medio natural arrastra una importante sequedad, las temperaturas son muy elevadas -ayer los termómetros rozaron los 24 grados en el litoral valenciano-, las lluvias escasas y las prácticas como las quemas de rastrojos empiezan a requerir una mayor atención y regulación para la prevención de las llamas. La Agencia Estatal de Meteorología explicaba este martes que 2017 ha sido el tercero más cálido en las tres últimas décadas en la Comunitat Valenciana, tras 2014 y 2015, y por delante de 2016, que es el cuarto año más cálido desde, al menos, 1941. El pasado octubre, en esta misma sección, nos referíamos a que los incendios no son exclusivos del verano, sino también de entretiempo -mayo o junio y septiembre u octubre. Haciendo balance de las terribles las consecuencias de los siniestros de Culla y Sagunt -económicas, ambientales, paisajísticas, en biodiversidad, etc- se puede afirmar que los fuegos se han convertido en una prioridad, también, en invierno.