La Navidad no es solo una tradición europea y se nos olvida que al otro lado del Atlántico hay quien vive estas fiestas con un acento profundamente español, aunque resulte extraño concebir la Navidad en el trópico o en el hemisferio sur. Los latinoamericanos se sienten unidos al país que tanto les dio y tanto les quitó y mal sabemos apreciar ese caudal de aprecio que no ha sucumbido al desinterés de muchos de nuestros políticos, al desdén de nuestras políticas y, ni tan siquiera a toda la leyenda negra de la conquista y los desmanes que acompañaron a ésta y a las guerras de independencia.

En Venezuela, la Navidad se celebra inventando copos de nieve en centros comerciales, llenando escaparates de renos y montañas nevadas, construyendo belenes y festejando al niño Jesús, que es quien trae los regalos el 24 de diciembre. En el pasado, la aristocracia mantuana se hacía traer de la península aceitunas, pasas, almendras, que servían en sus mesas. Luego, los esclavos aprovechaban las sobras y mezclaban los productos de allí, las alcaparras, aceitunas, carne de cerdo, de pollo y de vaca, con los nativos del maíz y el onoto, lo envolvían en hojas de banano y lo cocían. Así surgieron las hallacas.

Conozco Venezuela desde 1992, cuando en España apenas se encontraban cuatro páginas en una guía general de Latinoamérica. Aprendí a amar los Andes en Mérida, el pico Bolívar, el Páramo, los Cayos, Playa colorada, Canaima y el salto Ángel, isla Margarita, Caracas con su mundo cultural alrededor del Centro de Arte Sofía Ímber, el teatro Teresa Carreño, el Ateneo, la cota mil y las verdes laderas del Ávila. Amo la música de Serenata Guayanesa y los ritmos de Un solo pueblo. Me encanta el café venezolano, que ya no se encuentra, y las arepas, las cachapas, las empanadas de cazón, la punta trasera, las humitas o el pabellón criollo y el sancocho.

Varios venezolanos se han formado en mi laboratorio y mantengo orgulloso la pertenencia, desde sus inicios, al comité científico de la revista Ciencia de La Universidad del Zulia, que sigo apoyando.

El único defecto de ese país siempre fue su clase política. Copei y AD se turnaban en el gobierno, los venezolanos votaban a uno u otro y, juntos, sufrían sus gobiernos corruptos. He vivido la esperanza y el desengaño de este pueblo, el golpe fallido de Chávez y su victoria electoral, la ilusión que generó y la terrible crisis actual de Venezuela. No perdono a esos políticos que han puesto unos venezolanos contra otros y me duele compartir con muchos de ellos su exilio. Volveré a visitar a mis amigos, a saborear la música y la comida de su país, a compartir los recuerdos, pero se me puso un día el corazón en un puño cuando con ojos vidriosos de tristeza mis amigos Betzy y Félix cantaban Patria, de Rubén Blades, que habla de Panamá, pero que ellos sentían en su propio país.