«La despoblación es motivo del olvido de los lugares, una puerta cerrada a la memoria colectiva de nuestros pueblos» (José Antonio Labordeta).

En el presente artículo pretendemos definir qué es la despoblación, así como reflexionar sobre qué dimensiones adquiere un fenómeno tan ligado al sistema rural. Su carácter estructural y su configuración a lo largo de décadas son hechos que condicionan sensiblemente un escenario económico y social adverso. Y de complicadas soluciones.

En términos generales los territorios del interior y, especialmente, los municipios localizados en dominios montañosos, en todo caso alejados de los núcleos urbanos valencianos, son los que están inmersos en los procesos calificados como de despoblación. Ésta, lejos de ser un proceso aislado, aparece de forma generalizada en varios territorios de nuestra geografía.

Como denominador común se trata de pueblos que quedan atrapados en un proceso de desertificación en términos demográficos, en donde las densidades son muy bajas, motivadas por la pérdida constante de población que no recuperarán.

La despoblación valenciana y su dimensión

Es evidente que la despoblación no es un hecho esporádico en el territorio. Es más, está más generalizada de lo que nos puede parecer. Así se aprecia en la evolución de la población o en el tamaño de nuestros núcleos rurales. Más de 70 municipios padecen pérdida de población de manera regular, continua, durante las últimas décadas, lo que representa algo más del 15 % de los municipios de la Comunitat Valenciana.

De la misma manera destaca el peso de los municipios con menos de 1.000 habitantes, 320, que representan en torno al 40 % del total. Se distribuyen entre municipios de menos de 100 habitantes (4%), de 100 a 499 (22 %), y de 500 a 999 (14 %). Son pueblos pequeños, habitualmente localizados en las comarcas del interior o en áreas de montaña mediterránea.

Las dificultades y la complejidad del proceso de la despoblación

¿Quién dijo que revertir el proceso de la despoblación era fácil? Todo lo contrario, pues se trata de un escenario muy complejo, consecuencia de un conjunto de factores que interactúan entre ellos, que dan lugar a esa pérdida de población.

La despoblación hay que entenderla como un proceso social degenerativo tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo. Las variables que condicionan el crecimiento real evidencian la continua pérdida de efectivos demográficos: apenas hay nacimientos y las defunciones (por el proceso de envejecimiento) se multiplican; los flujos de nuevos residentes son mínimos, y contrastan con la emigración continua, especialmente de jóvenes. Esta última circunstancia agrava los efectos de la despoblación, que además contribuye a su caracterización, la continua sangría de determinados colectivos como los jóvenes, formados, emprendedores, de actitud manifiestamente dinámica.

Más allá de estos balances entre variables, que suman o restan (nacimientos, defunciones, emigraciones e inmigraciones), la despoblación hay que entenderla como un producto más de los procesos que acompañan al crecimiento económico, que se plasma en la concentración de factores de producción en territorios determinados, en detrimento de «los otros territorios». Se constata la dualidad entre dos realidades, las ciudades y el campo, entre el sistema urbano y el sistema rural valencianos. Porque la despoblación es el reflejo de las dinámicas del sistema rural, de hecho algunos territorios rurales están despoblados, en aquellos donde la vida rural se halla en las peores condiciones socioeconómicas posibles.

Las dinámicas rurales y la despoblación

El escenario actual dibujado por los factores que caracterizan a una gran parte del sistema rural valenciano no es el más propicio para la recuperación demográfica. Todo lo contrario. De hecho los municipios que padecen «el mal del mundo rural, la despoblación» son el reflejo de la incidencia negativa de dichos factores de naturaleza económica, social o cultural. Unos municipios en los que las oportunidades económicas reales son mínimas (¿qué empleos se ofrecen?); el éxodo rural, especialmente de la población joven, es un goteo continuo al menos durante las últimas cuatro décadas (¿qué población permanece?); el interés por el modo de vida urbano se ha universalizado, inducido además por los medios de comunicación; el proceso de envejecimiento se ha generalizado, y con ello han aparecido nuevas necesidades sociales; los servicios públicos básicos, como la educación, la sanidad o la seguridad, encuentran serias dificultades para ser ofrecidos a una escasa población que además mengua; la falta de emprendedores es norma común, y con ello la ausencia de cultura empresarial, a la que se suman el escepticismo y la apatía reinantes. Y una gran incredulidad por parte de muchos de las posibilidades reales de desarrollo de estos municipios.

Se trata pues de un escenario complicado, con enormes dificultades, que se ha ido modelando durante décadas a medida que se aceleraron los procesos de urbanización, el crecimiento de las ciudades y la configuración de nuestro actual sistema urbano valenciano. Dos procesos paralelos, la urbanización de unos territorios y la despoblación de otros, que deben entenderse como unas piezas del rompecabezas que configuran nuestra realidad valenciana.

La despoblación y las posibles soluciones: ¡qué difícil!

De las anteriores afirmaciones deducimos que nos hallamos ante un problema muy complejo, de larga trayectoria temporal, de dimensión estructural. Combatir la despoblación precisa de acciones alejadas de acciones simples e inmediatas. En ese sentido abogamos por soluciones prácticas que respondan al siguiente decálogo:

Un planteamiento innovador. Es evidente que los planes y los programas aplicados hasta la fecha poco han servido para evitar la despoblación. El programa AVANT diseñado y promovido actualmente por el Gobierno Valenciano plantea propuestas innovadoras, partiendo de la coordinación entre departamentos de las administraciones públicas.

Un planteamiento estratégico, con tiempo suficiente. Es necesario el diseño de un plan capaz de definir los objetivos claves, las líneas estratégicas, los programas y las acciones concretas relacionados con los problemas detectados previamente. Y con un cronograma lo suficientemente real como para poder evaluar y rectificar las diversas acciones aplicadas.

Un planteamiento participativo. Es vital que se identifiquen las necesidades reales de la población residente, y que se conozca qué se puede acometer.

Un planteamiento desde abajo. Relacionado con la afirmación anterior, se debería implantar un proceso de abajo a arriba («bottom-up»), capaz de implicar a las sociedades locales de esos territorios.

Un planteamiento diseñado por la administración pública, en sus diversas escalas. Los ayuntamientos, así como las mancomunidades, las diputaciones y la Generalitat Valenciana, deben aunar esfuerzos para diseñar y aplicar medidas comunes. En los territorios en donde prevalece la despoblación la administración pública, en particular los ayuntamientos, ejercen los roles de liderazgo, tanto político, como económico y social.

Un planteamiento supramunicipal de los programas antidespoblación. No se pueden plantear acciones circunscritas a un municipio. En cambio se deberían articular mecanismos que facilitasen soluciones que pasaran por el entendimiento y el esfuerzo común entre varios ayuntamientos.

Un planteamiento social de las medidas adoptadas por las administraciones públicas. No es posible sólo la valoración de los costes de los servicios prestados a la escasa población como único criterio para suprimirlos o mantenerlos. Es preciso tener en cuenta criterios en términos de eficiencia social.

Un planteamiento global, desde una visión territorial del problema. Es imprescindible adoptar medidas dirigidas a la totalidad de municipios afectados por la despoblación. No se debe favorecer más desequilibrios entre los propios municipios.

Un planteamiento integral, capaz de impulsar diversas actividades económicas, en función de las cualidades de cada territorio: agricultura de calidad, producción energética, explotación de recursos forestales, turismo rural y cultural, deslocalización de actividades urbanas, etc.

Finalmente, un planteamiento diseñado desde la perspectiva del desarrollo territorial. Es decir, un crecimiento económico teniendo en cuenta el desarrollo de territorios próximos, «vecinos», y asimilando las posibilidades reales de incremento de las rentas de la población, el aumento del empleo y el freno a la despoblación. Nos referimos a los diversos recursos existentes, a los procesos de innovación empresarial y social, y a la constitución de redes territoriales capaces de dinamizar la economía local.

La despoblación y la territorialidad

A pesar de lo descrito nos sorprende aún como la población de estos municipios despoblados, envejecidos, apartados frecuentemente de los principales circuitos económicos, se resiste a abandonarlos. Al abordar el problema del despoblamiento y sus razones, no se considera por qué hay vecinos en estos pueblos. En general se trata de sociedades locales con una arraigada vinculación con la realidad cultural que singulariza cada territorio. Nos referimos a la proximidad emocional por lo conocido, lo vivido. Hacemos referencia a aquel sentimiento de pertenencia a un territorio, nos referimos al orgullo de pertenecer a un lugar.

Esa vinculación afectiva entre individuo y lugar, la territorialidad, constituye a nuestro parecer un factor clave que debe ser reclamado, reconocido, potenciado y aprovechado para el desarrollo de esos territorios. Procuremos no cerrar «la puerta a la memoria colectiva de nuestros pueblos», y sepamos servirnos de ella, de la historia, de la tradición, de los saberes tradicionales, del patrimonio cultural, del medio físico, de los paisajes culturales? que singularizan estos territorios como un factor más de su futuro desarrollo.