«Las ciudades tienen la capacidad de proporcionar algo para todo el mundo, sólo porque, y sólo cuando, se crean para todo el mundo». Jane Jacobs (Muerte y vida de las grandes ciudades, 1961)

gentrificación, turistificación, ludificación, museificación, terciarización (e incluso terciarificación, si queremos rizar el rizo)... y así hasta el infinito. Una nube de neologismos, de palabras con el sufijo ficación, que más que clarificar enturbia la comprensión de los procesos y fenómenos de los que tratan. Estos términos que pretenden dar cuenta de nuevas situaciones urbanas -las diversas ficaciones- describen situaciones de reemplazo social y funcional en barrios donde, por diferentes razones, se dan procesos de revalorización inmobiliaria. El resultado, la expulsión o salida de la población y de las actividades preexistentes, y su sustitución por grupos sociales económicamente más potentes o por actividades más lucrativas.

El primer ámbito donde estos procesos de expulsión y sustitución fueron detectados y estudiados fue el de los cascos históricos europeos. A principios de los setenta se aprobaba el ejemplar Plan de Rehabilitación de Bolonia, un documento que rompía con la estrategia de demolición y sustitución de los centros históricos propuesta por el Movimiento Moderno, y se abría el camino a la recuperación de estos espacios. Nadie podía imaginar entonces que a la rehabilitación urbana le iba a surgir un contra efecto, entonces todavía sin nombre y que posteriormente sería conocido con el anglicismo de «gentrification» (elitización). La gran amenaza para los barrios históricos era en aquel entonces su desaparición bajo la piqueta y su sustitución por barrios modernos.

La primera fase de un proceso de ficación pasa por el deterioro, frecuentemente intencionado y deliberado, de las condiciones de vida de los vecinos, de modo que la población, harta de pasar dificultades y penurias, tiende espontáneamente a abandonar esos barrios. Alcanzado un cierto nivel de degradación, las administraciones públicas suelen intervenir habitualmente por lo más fácil y más barato: por la recualificación del espacio público, una actuación que al mejorar el medio urbano, conlleva inevitablemente su revalorización, y que supone el pistoletazo de salida de la espiral del incremento de los precios inmobiliarios. A veces, ni siquiera son necesarias las obras de reurbanización, basta con la aprobación de un plan que mejore las expectativas de un barrio como factor desencadenante (por ejemplo el Cabanyal). Estos procesos se dan en vecindarios que presentan alguna característica singular que los hace deseables aunque su estado inicial pueda ser muy negativo: como los centros históricos (Ciutat Vella), la proximidad a algún equipamiento (Russafa respecto al Parc Central) o a algún elemento natural de interés como el litoral (el Cabanyal, en este caso se suma una trama singular de gran valor), o por supuesto su posición central en un área metropolitana. Estamos ante procesos especulativos, en sentido estricto, si por especulación entendemos la adquisición de unas plusvalías no generadas por el agente que se las apropia.

Recordemos que los planes de rehabilitación de los centros históricos postulaban como objetivo central el mantenimiento de la población y su perfil social y funcional. Con la aparición de la elitización, condujo a algunos urbanistas a la resignación, a afirmar que era preferible la gentrificación a su destrucción, asumiendo que los procesos de ficación eran inevitables. Pero realmente, ¿se puede hacer algo para frenar los procesos especulativos que conllevan la expulsión de la población, o son éstas las únicas alternativas a la decadencia?

El dilema entre degradación o ficación es falso e interesado. Afirmar que la degradación física es peor que la transformación social sólo sirve para justificarla. Creo, sin embargo, que es posible iniciar procesos de recualificación (no limitados al espacio público) sin desatar dinámicas de especulación y expulsión. Se puede si las administraciones públicas superan la actitud normativa, meramente pasiva, actuando como agente social, económico y urbanístico directo. La clave para contener la gentrificación está en la vivienda pública, y por extensión en la regulación del mercado inmobiliario, junto con el control de los usos y actividades. Disponiendo de un parque significativo de viviendas públicas en alquiler, a precios razonables (no especulativos) se puede frenar la gentrificación.

La última mutación de los virus de las ficaciones, la conocida como turistificación, es una especie particularmente virulenta y de rápida propagación a partir del año 2000 coincidiendo con el boom global de la industria turística. En esta variante no se requiere de la degradación previa, al contrario se ceba sobre espacios con una cierta calidad urbana inicial. Se trata de una epidemia especialmente agresiva al estar alimentada por capitales especulativos globalizados (fondos de inversión y similares) frente al anterior inversor particular o local que actuaba como motor de los procesos de gentrificación. Los efectos de esta ficación, que empiezan a ser perceptibles en nuestra ciudad, deberían llevar a la administración municipal a actuar antes de que los daños sean difícilmente reversibles.