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Abrir los ojos

Una situación dramática de alguien cercano me saca del cierto ensimismamiento en el que me hallaba sumida, debido a la sobrecarga de festejos navideños. La madre de esta persona, a la que llamaremos Esther por no perjudicarla, ha fallecido a los sesenta y cuatro años, no sabemos aún por qué causa. Esther se enteró en estos días por terceras personas de la muerte de su madre, porque su padre hace años que no le habla, debido a una denuncia que presentó contra él por malos tratos hacia su madre. El padre le había roto la cadera a su mujer a base de golpes. Cuando la madre tuvo que declarar en el juicio lo negó todo y acusó a Esther de ser una mala hija, por el pánico que tenía al marido. Esther, lejos de conseguir la condena de ese maltratador de toda la vida, de cuyas palizas ella misma había huido prematuramente yéndose de casa, quedó apartada del círculo familiar. Como una apestada. Todo el mundo sabía que la madre de Esther era una pobre desgraciada, víctima de malos tratos continuados. Lo sabían los médicos cada vez que la madre de Esther ingresaba con golpes o algo roto, hasta varias veces cada año; lo sabía la familia; lo sabían los vecinos; lo sabían los funcionarios judiciales que intervinieron en el procedimiento tras la denuncia. Pero, aunque todo el mundo lo sabía, nadie, salvo Esther, hizo nada al respecto para intentar salvar la situación.

La madre de Esther no ha salido en las noticias, porque tal vez la causa última de su fallecimiento no fueran los muchos padecimientos que sufrió en su matrimonio, aunque sin duda fue la causa base que provocó este fatal desenlace. Pero casos como este nos deben servir de ejemplo, al menos, del dolor que se puede esconder en algunos casos tras las cuatro paredes de una casa convertida en zulo para torturas.

Usted o yo nos convertimos en cómplices del maltratador por nuestra conducta omisiva cuando vemos un caso de malos tratos y cerramos los ojos. Nuestro silencio permite que la situación se mantenga, con las funestas consecuencias que en muchas ocasiones se derivan de todo ello. Las víctimas, que no son sólo las mujeres porque en muchos casos también sufren malos tratos los hijos y en todo caso viven la desgarradora situación, necesitan nuestro apoyo porque ellas no son capaces de defenderse a sí mismas.

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