Celebra hoy la Iglesia valenciana la festividad de San Juan de Ribera (1532-1611), fundador de «la Real Capilla y Colegio Seminario de Corpus Christi», más conocido popularmente como «Iglesia del Patriarca». Con su rito litúrgico propio que priva sobre el dominical que oficialmente corresponde, por especial privilegio pontificio. Y es, que se puede afirmar con rotundidad que es el más grande arzobispo de Valencia de toda su historia por su añadida dignidad de Patriarca de Antioquía de la que fue investido, situándolo por encima de la cardenalicia; de modo que no tenía más superior en su tiempo que al mismo Papa. Y aun este que era San Pío V, reconocía en público: «Es una lumbrera de España, ejemplo de bondad y santidad, que merecía la silla de Pedro mejor que el que está sentado en ella». Tal era la fama que le rodeaba.

Y en verdad, de sus virtudes dan testimonio los gruesos volúmenes que conforman todo el proceso de su beatificación y posterior canonización para elevarle a los altares, del que guarda copia el Archivo de su Colegio-Seminario. Y de sus vastos conocimientos, su biblioteca particular de 2.600 libros sobre todos los temas, la más importante del Renacimiento europeo. Más siete tomos de sermones que contienen aquellos que recogieron admiradores suyos mientras los escuchaban; y un excepcional libro manuscrito de su puño y letra ya transcrito, que el mismo santo tituló Loci Communi Sacrae Scripturae (lugares comunes de la Sagrada Escritura), en forma de diccionario temático para argumento de sus sermones; sin omitir un sinfín de valiosos comentarios anotados al margen de sus Biblias que, recogidos por una delegación vaticana para su examen en el proceso de beatificación, ocuparon 2.366 folios. Ni tampoco olvidar sus dotes de gobierno, no solo en lo eclesiástico sino en lo político y militar, que tiene de sobra reconocido en casi medio siglo que lo ejerció de nuestra archidiócesis y en más corto tiempo como virrey y capitán General, nombrado por Felipe III.

Precisamente este aspecto de su Virreinato, casi pasado por alto por sus biógrafos e investigadores favoreciendo que apenas sea conocido, fue admirablemente prolífico. Porque fundó colegios en las aldeas, nombró maestros en ellas, garantizó el orden público prohibiendo portar armas y persiguiendo a malhechores y duelistas callejeros, reorganizó el ejército, construyó nuevos acuartelamientos y fuertes en nuestra costa, e instituyó la capellanía castrense en las fuerzas armadas con el beneplácito del rey Felipe III; razón por la cual la milicia española le erigió una hermosa estatua de bronce en el claustro de la monumental iglesia parroquial castrense de Santo Domingo, en la plaza de Tetuán de nuestra ciudad, como reconocimiento.

Mereció, en fin, de los valencianos de su tiempo toda clase de elogios por esta su justa labor, de la que el Archivo de su Colegio Seminario y del Reino guardan documentación sobre este que ostenta el número 100 de orden de la extensa lista valenciana, la más selecta, de virreyes de la Corona de Aragón. Y, aunque en ella figuran otros dos arzobispos, Pedro de Urbina (1650) y Tomás de Rocaberti (1678); y dos reinas: María de Castilla, esposa de Alfonso V el Magnánimo (1419) y Germana de Foix, segunda esposa de Fernando el Católico (1507), solo al virrey don Joan de Ribera ha correspondido el honor de ser venerado en los altares.