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Alfons Garcia

Luces largas

En la semana anual del turismo, he hecho caso de la vicepresidenta, Mónica Oltra (qué le vamos a hacer, uno es obediente como buen hijo de la EGB), y he puesto las luces largas. Altura de miras, dijo. Una frase recurrida cuando se gobierna. Cuando se está en la oposición ya se sabe que hay que meter alguna zancadilla que otra. Así que me he subido al Garbí (figuradamente) y me he puesto a reflexionar. La mirada, no sé si de altura pero sí lejana, se me ha ido al pretendido centro del mundo, a los Estados Unidos de Donald Trump.

Desde lejos, uno tiene la impresión de que allí está jugándose uno de esos momentos determinantes de la historia. Como si dos placas tectónicas estuvieran desperezándose y del movimiento solo pudiera surgir un terremoto que cambiará el mundo que hemos conocido. Me refiero al nuevo orden mundial (ya viejo) hijo del crack del 29 y de la II Guerra Mundial y que, a partir del thatcherismo y el reaganismo de los ochenta, ha derivado hacia un neoliberalismo rampante que ha reemplazado los iniciales sueños de justicia social por un capitalismo especulativo acompañado de una creciente desigualdad social. La principal amenaza a ese orden, que nos abraza a casi todos, no ha venido de la globalización, de la que ha sabido sacar rédito, ni de la crisis financiera de 2008, que parece haber quedado en el olvido (¿alguien habla ya de refundar el capitalismo?), sino de la pujanza de las viejas dictaduras comunistas de Rusia y China. Estas intentan reflotar una economía productiva aparcando derechos humanos, sociales y demás atributos de los estados del Bienestar. A uno le parece que en todo el lío entre la administración Trump y Rusia discurre esta batalla por debajo. Que lo que se está jugando de forma soterrada es si Washington, con lo que representa, se mantiene al frente del viejo nuevo orden occidental, con todos su defectos, o empieza a enterrarlo y vira hacia una alianza con Moscú y Pekín de impredecibles consecuencias. Lo peor es que nada es bueno. O este capitalismo de casino de las insoportables desigualdades o las seudodictaduras del poscomunismo. ¿Quién da más? Si me obligan a elegir, como además de obediente uno es optimista por defecto, veo más posibilidades de cambiar (para bien) este neoliberalismo del mundo pudiente.

Aunque no crean, a uno se le cae la esperanza al suelo al ver la marcha del juicio por la rama valenciana de Gürtel. La traviata que han cantado Correa, Crespo y el Bigotes huele a podrido. Y que los empresarios corrompidos, actores imprescindibles en la sucia operación, se vayan de la sala de vistas solo con una multa a cambio de su confesión, no parece el mejor mensaje para la sociedad pensando en el futuro, por mucho que puedan ser los menos malos al lado de los creadores de la red criminal y los políticos «amiguitos».

Al fin y al cabo, el universo Trump y el caso Gürtel tienen en común el aroma de ruina moral de un tiempo y una civilización que desprende la película Tres anuncios en las afueras. Si queda algún valor en pie en Occidente a estas alturas, es personal. Y queda la capacidad de reírnos de nuestra propia destrucción. Algunos dicen que el mensaje es cínico, pero yo ya doy por bueno cualquier asidero para algo, solo un poco, de esperanza.

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