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Jorge Dezcallar

Dignidad

Tras los acontecimientos de esta semana me temo que no hay más remedio que seguir hablando de Cataluña, y bien que lo siento

Tras los acontecimientos de esta semana me temo que no hay más remedio que seguir hablando de Cataluña, y bien que lo siento. Mis contactos con gentes de otros países me confirman en el asombro con el que siguen la evolución de una tragicomedia en la que los ribetes cómicos ganan fuerza cada día hasta teñirse de ridículo, que es algo que se debería evitar a toda costa. Uno puede estar equivocado, vivir en un mundo alejado de la realidad y empeñarse en no querer verla rechazando consejos que recomiendan cosas tan elementales en una democracia como cumplir las leyes y respetar la Constitución. Es algo que en Europa no se entiende y mis amigos me preguntan cómo se ha llegado hasta aquí y qué va a pasar a partir de ahora. Son preguntas legítimas y es más fácil de responder la primera que la segunda. Pero les confieso que también detecto un interés decreciente por el problema porque también por Europa empiezan a estar hartos y prefieren dedicar su tiempo a asuntos más importantes.

Porque lo que inicialmente suscitó por este orden curiosidad, estupor, incredulidad y preocupación se está transformando en una situación ridícula que desborda el ridículo personal de sus protagonistas para afectar a la imagen de las propias instituciones. Y eso es triste porque al final son la propia Cataluña y también España las que caen en el ridículo.

La Generalitat nació con la Deputació del General creada por las Cortes de Monzón en 1287, que dio pie a la Generalitat propiamente dicha en 1359. Su primer presidente fue Berenguer de Cruïlles y desde entonces se han sucedido 131 presidentes hasta el actual, que es Mariano Rajoy (!) por aplicación del artículo 155 de la Constitución. Es una institución cargada de historia y de dignidad como demostró el regreso a Cataluña en 1977 de don Josep Tarradellas, que había sido su último presidente en el exilio durante el franquismo. Aquel presidente era honorable de verdad y dignificaba también la institución a la que sirvió tanto desde el exilio como luego en Barcelona. Después la Generalitat cayó en manos del señor Pujol que la puso poco a poco al servicio de una parte de los catalanes en su ambición de "crear país" y lo hizo con un plan bien meditado que también le dejó tiempo, según todos los indicios, para enriquecerse él y su familia. Ahí comenzó a sufrir la dignidad de una institución puesta al servicio de intereses sectarios y/o personales y familiares. Y tras el intervalo de los señores Montilla y Maragall, la cosa no mejoró con Artur Mas y su 3%, como acaba de demostrar la sentencia del Caso Palau. Parece como si para tapar la corrupción a Mas se le hubiera ocurrido el disparate de la independencia para esconder como persecución política lo que en realidad eran comportamientos desvergonzados. Y con el señor Puigdemont y su huida a Bélgica desde donde pretende seguir siendo "president legítim" con lazo amarillo, bufanda, pelo mojado por la lluvia y nariz colorada, supongo que por el frío de Bruselas, la institución de la Generalitat de Catalunya, un día honorable porque la servían gentes honorables, ha tocado suelo. Puigdemont no es hoy más que un bufón de show-business.

Empeñarse ahora en nombrarle telemáticamente al frente de la Generalitat es otro desatino. Uno más. Porque la independencia no es posible porque nadie en el mundo se la ha creído, porque ha empobrecido al país con una fuga masiva de empresas, porque se ha crispado a los catalanes hasta el límite y porque se ha topado con la firmeza del Estado de Derecho y con la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Hasta un niño puede comprenderlo y en estas condiciones seguir pegando cabezadas contra la pared no pasa de ser un ejercicio de masoquismo. Uno es libre de optar por el martirio, pero no debería arrastrar a todo un país.

Y para el colmo el expresidente de la Generalitat y varios de sus consejeros rehúyen sus responsabilidades y se fugan al extranjero para escapar de la Justicia como vulgares delincuentes, que es lo que presuntamente son. El señor Junqueras, que es un reo preventivo en una cárcel del Estado, ha actuado con mucha más dignidad que el señor Puigdemont, huido y jaleado en Bélgica por nuevos amigos tan impresentables como los del partido flamenco Vlaams, que exhiben un impecable pedigrí nazi. Eso tampoco contribuye al prestigio de esa Generalitat que dice querer representar.

Por eso deberían ser los propios catalanes los primeros en reclamar que se ponga fin a tanto dislate que desprestigia a Cataluña y también a España, cuyo gobierno tampoco está libre de culpa porque no ha sabido gestionar un proceso que ha permitido que los partidarios de la independencia duplicaran su número desde 2012 hasta hoy.

Así que por favor, señores diputados del Parlament de Catalunya, cumplan las leyes y devuelvan la dignidad a esa institución tan cara a todos como es la Generalitat, pongan a su frente a alguien que la dignifique con su comportamiento, que gobierne para todos los catalanes, que anime a las empresas a regresar, que cure las cicatrices abiertas en la sociedad y dentro de las familias y que negocie con el Estado todo lo que tenga que negociar. Pero dentro de la ley y con dignidad. Por el bien de todos. Y sin hacer más el ridículo, que don Josep Pla debe estar revolviéndose en su tumba. Y el señor Tarradellas, también. Como muchos demócratas.

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