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Aquiles y la tortuga

Los espasmos controlados de la Gürtel, el negocio filarmónico del Palau de la Música y otras andanzas y travesuras nos recuerdan que en materia de corrupción se dispone de tecnología, por lo general extranjera, para contenerla o minimizar sus daños. En otros países, donde los ladrones en la ley aún fueron más audaces, se endurecieron las penas al saqueo de los recursos públicos, se implantaron, por ley, algunos filtros o supervisiones (que hubieran detectado, por ejemplo, los sobrecostes de la Ciutat de les Arts i les Ciències) y se crearon puestos profesionales no sujetos a los partidos y con una vigencia que no coincide con las legislaturas. Que las medidas no sean muy complicadas no significa que resulten de fácil aplicación: los mangantes con cargo son muy sensibles a cualquier recorte en sus expectativas de lucro.

La sentencia contra Fèlix Millet, Jordi Montull, su niña y el partido de Artur Mas, que cambió de partido sin dejar la poltrona, ríete tú de los osos blancos saltando de un iceberg a otro en los bordes de la banquisa polar, esa sentencia, digo, nos recuerda que la mitad del soberanismo sigue perteneciendo al sistema del 78, con toda su legión de carteristas. Eso sí: sorprende la celeridad con que este sumario ha sido instruido, visto por los tribunales y resuelto, cuando asuntos tan viejos como la repentina riqueza en francos suizos del contable Luis Bárcenas siguen coleando y Bárcenas no es de los que pasan desapercibidos que para eso lo pusieron, para que se vea bien que ha llegado el cobrador.

Eso sí, resulta harto llamativo que Iñaki Urdangarín (sobre el cual pesa una condena) haya podido irse a Ginebra y Carles Puigdemont (cargo electo sin condena) no pueda volver de Bruselas, lo encarcelarían antes del juicio. Europeísmo asimétrico. Cierto que el segundo desafió al Estado, pero el primero retó muy seriamente a nuestra paciencia, no sé que es peor, bueno sí lo sé, era una figura retórica. Mientras tanto, la empresa corruptora, Ferrovial, se ha librado porque la imputación nunca alcanzó a la prescripción, lo que se llama la paradoja de Aquiles y la tortuga.

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