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La película de los editores

"Los archivos del Pentágono" es una historia para periodistas, pero sobre todo para empresarios de prensa

En su artículo sobre la película de Steven Spielberg sobre lo que en España llamamos los papeles del Pentágono, la influyente crítica del New York Times Manohla Dargis escribe que "The Post trata de un asunto muy apreciado por los periodistas: ellos mismos." Yo diría incluso que es el más querido para quienes ejercemos esa profesión, así que espero no hartar al lector con el dichoso asunto. Aunque, hay que reconocerlo, esta vez cabe como disculpa que estamos ante una de las grandes películas del año y que aborda otros muchos asuntos de interés como la discriminación de la mujer, las prácticas del capitalismo o las malas artes de los políticos sin escrúpulos. Será inevitable que los cines se llenen de directores, subdirectores, redactores jefes, jefes de sección, diseñadores, fotógrafos, ilustradores, profesores de Ciencias de la Información, estudiantes de periodismo, becarios, meritorios e incluso gurús de los media. Estos últimos, mentes preclaras, ya se han adelantado y advierten de que la película de Spielberg es arqueología, canto a la nostalgia, pérdida de tiempo en prácticas obsoletas, canto a unos tiempos que ya no volverán, en suma, combustible para periodistas llorones. Discrepo. "The Post" es un buen recordatorio de la esencia de la profesión para aquellos jóvenes aspirantes desorientados en el maremágnum digital. Pero es de imprescindible visión para los editores de periódicos, que sí que están perdidos, desnortados, en este a veces bosque y a veces páramo en que se convertido el negocio de la información. La gran lección de esta obra maestra no es la que ofrece el director Ben Bradlee, que no se juega nada al publicar los documentos prohibidos. "Me juego mi prestigio", se justifica haciéndose la víctima. "Tú sabes que ganarás prestigio", le responde su perspicaz esposa. Y es cierto, porque para un periodista ir a la cárcel no supone más que agrandar su aureola. A más de uno se le ha oído decir "ojalá me detengan", porque sabe que desde prisión venderá más periódicos. Quien tiene mérito a la hora de publicar lo que el poder no desea que se haga público es el empresario. Es la Katherine Graham de turno que se juega su dinero, sus amistades y su influencia. No hay que olvidar que el editor forma parte del selecto círculo de los poderosos, es decir, de los enemigos naturales de la prensa. Su trabajo sí que es difícil. ¿Cómo es posible sobrevivir sin traicionar a unos u a otros?, ¿a periodistas o a poderosos? La respuesta a esas preguntas es la razón por la que nuestros editores -mucho menos amantes de películas que los periodistas- deberían salir corriendo al cine más próximo para hacer examen de conciencia, para empaparse de la lección de su colega Katherine Graham. Al acabar la película, el primer pensamiento que se viene a la mente es si podría plantearse hoy un caso similar en un gran periódico español. La verdad, cuesta imaginarlo. No sé si en estos tiempos es posible ser un director capaz de cumplir con su deber - publicar-, como hizo Bradlee. O si es posible ser un editor capaz de mantener la cabeza fría y hacer lo que hizo -traicionar a los suyos-, como hizo Katherine Graham. Lo que sí sé es que en estos tiempos hay presidentes incluso más perversos que Richard Nixon.

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