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Épica de un hombre solo

En los últimos 7 años ha desaparecido la corbata, se ha generalizado la bici, Apple ha cambiado su iphone 4 veces, los híbridos están de moda y seguimos buscando a Anglés. El mundo ha cambiado pero no la lista de villanos. En el ranking de odiados figura, de forma incomprensible por la inquina colectiva que concita, Francisco Camps. Aviso a navegantes. Sufrí a Camps. Seguimos.

Soledad. Hay en Paco Camps una épica del hombre solo, un relato de hidalguía -esperpéntica o heroica en función de la fuente- de la figura que en soledad intenta defenderse a duras penas, pese a todos los desdenes y señalamientos, de quien todavía no ha sido condenado en nada y una vez fue absuelto. La épica del líder caído porque se creyó ungido para el reino, su Reino, cuando este no es país para quijotes. Es Francisco Camps una víctima de sí mismo y de los vicios del sistema.

Crueldad. Apartado del poder por las urnas, amortizado por sus errores, atrapado en la trampa de su pasado, desfila por la pasarela catódica, carnaza de los «broadcasters». Es Cristiano Ronaldo, El Lute y Ruiz Mateos, todo en uno. Herramienta necesaria para la espectacularización de la información, hecho ruptura que alimenta los magazines políticos, muy de moda: Rambla mandaba una mierda, Costa era un embudo y faltaba Madonna. Un cuadro costumbrista que hay que alimentar. La falla.

Sistema. Los sistemas democráticos son implacables con los rezagados, los caídos en desgracia, las víctimas, los purgados o los culpables. Sucedía cuando Camps mandaba en el bancal. Lo sufrieron otros. Ahora él es la víctima. Los indicios delictivos y una proverbial mala gestión en la comunicación, los compañeros de viaje, la mediocre caterva de áulicos, la administración de las fidelidades, han convertido al expresidente en un cadáver en términos políticos. Y en el «mc guffin» de la antena nacional.

Asteroide. Así, asteroide sin coordenadas de impacto -más allá que la función laboral que el protocolo ex presidencial le asigna- sorprende el nivel de ensañamiento de que es objeto, dentro y fuera de nuestras fronteras. A Camps se le exige la flagelación continua, el destierro al gulag, la cadena perpetua por corrupción y si es posible, que se muera. Lo quieren matar y, al tiempo, lo necesitan.

Ricardo. En su confesión del lunes, su otrora edecán y amigo Ricardo Costa se guardó muy mucho de involucrar a Rajoy, a Bárcenas y a Génova -ojo al dato-. Pero no ha dudado en fusilar a su exjefe, reforzándose en la escenografía y asesorado en su proyección. La noche de su confesión Costa no quiso repetirse: «no tengo cuerpo». La estrategia estaba cerrada, la letra estaba escrita, las formas de un político que muchos consideran invotable muteaban al sobrio martirologio judicial de un joven de sienes plateadas, precozmente envejecidas. Flanqueado por su señora -en cinematográfica sesión continua- y en estudiada liturgia. Que diez años son muchos.

El president. Y puso a Camps a parir, señalando en una legítima estrategia de defensa que no busca si no la minimización de la pena. Ojo, desmanes individuales. Porque a Costa -ese otro gran «odiado» público- no le desprecian por ser la mano que gestionaba la indiciaria financiación irregular del partido -algo amortizado en la cultura política española si les preguntas a ellos mirándoles a la cara- sino porque el Kennedy de La Plana lujurió la mordida, según las escuchas. Ahorrémonos los detalles.

Defensa. Camps que lo fue todo -hoy nada- ha sido capaz de hacer callo, costra defensiva, como un armadillo frente a adversarios y desafectos, que ahora son legión. Y no duda en defender su derecho a seguir disfrutando de un sueldo público -que le garantiza la ley como expresidente- y si se tercia, pasar al contraataque dialéctico. Y ahora está por ver qué harán otros investigados que junto a él figuran en otras causas y que amenazan con tirar del manual de Costa.

Rajoy. En cuanto al PP, la incertidumbre es total. Mariano Rajoy -que ha negado a Isabel Bonig la posibilidad de rectificar, regenerar y refundar- ha defendido a Camps. A su manera, con ese desdén típico del gallego tan frecuente en su partido: «no sé si Camps es militante o no». Permítanme una autocita. Entrevistado por un periódico e interpelado por su opinión sobre el responsable de los informativos en aquella época -que era un servidor- el director de tele pública contestó: «es el que hay». Por tal muestra apasionada de confianza dimití a los dos días, pero esa ya es otra historia.

Adéu. Fin de la cita. Ilustra la dinámica del poder, la condición «kleenex» de los recursos humanos en la cosa pública, la cultura humana de los partidos, de los medios, del mercado. Malos tiempos para proscritos, desafectos, purgados o versos sueltos. Momento oportuno para hacer mutis por el foro y dejar estas páginas. Otros retos nos ocupan. Gracias. Descansen, «demà més. I millor».

RAJOY

A Rajoy le gustaría que los protagonistas del serial desaparecieran de su vida. Son fungibles. Rajoy parece aquejado del mal del padre con familia numerosa cuyos hijos le salen problemáticos y acaban en el banquillo de los acusados. «Nada sabía yo», dice, pero ¿quién le va a creer cuando son legión los afectados? El PP es víctima de la incertidumbre demoscópica y de su oceánica ineptitud en la gestión de personas. Así, con un buen balance económico -medio millón de empleos en 2017- el fenómeno de la corrupción pasado ahora por el tamiz potenciador de los tribunales no los mata. Pero les envejece.

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