Los retos muestran nuestras debilidades y también deben indicar la dirección de nuestras ambiciones, convirtiendo las deficiencias en oportunidades. Las sociedades que no tienen retos que afrontar están faltas de pulso, son por lo general sociedades fallidas, pues solo cuando reconocemos con claridad el lugar en que nos encontramos y en el que se encuentran los demás tenemos la oportunidad de superarnos y de igualar o superar a nuestros competidores.

Si nos asomamos al último ranking mundial de empresas, que tiene en cuenta el valor de su capital en bolsa, comprobaremos que de las cincuenta primeras empresas treinta son norteamericanas. El valor bursátil de las dos primeras supera el PIB de España y el de las cinco primeras es superior al PIB de Alemania. Además, las mayores empresas son tecnológicas y que ninguna es europea. Quien domina la tecnología domina el mundo: Apple, Google, Microsoft, Amazon, Facebook, Intel y Cisco Systems son la avanzadilla tecnológica norteamericana con un valor bursátil de más de tres billones de euros. Los europeos tenemos el reto de crear empresas tecnológicas de dimensiones semejantes a las antes mencionadas, no solo por su valor estratégico para la economía en general sino también para garantizar la seguridad de Europa.

En el sector financiero tenemos más de lo mismo, Las norteamericanas JPMorgan Chase, Bank of America, Wells Fargo, Visa, Citigroup con un valor bursátil de más de un billón de euros, solo se sienten amenazadas por las chinas Banco ICBC, China Construction Bank, Agricultural Bank China y Bank of China, que se acercan al billón de euros en valor bursátil. Y así podríamos seguir con otros sectores. En ese ranking, para encontrar al Banco Santander y a Inditex, las empresas españolas con mayor valor bursátil, hay que descender hasta los puestos 80. En el océano de los sectores estratégicos dominados por EE UU y China (tecnológico, financiero, telecomunicaciones y energía) tan solo aparecen unas pocas empresas holandesas, belgas y suizas.

La Unión Europea debe despertar de su estado somnoliento, alejarse de las luchas intestinas, de las políticas nacionalistas mediocres y mirar el futuro con responsabilidad. Nos hacen falta empresas europeas de ámbito mundial en los sectores antes mencionados, empresas europeas que reciban el apoyo de la Unión y de los Estados miembros. Airbus es un ejemplo de asociación de Estados que no puede quedar como una brillante excepción. Pero, además, deben favorecerse las fusiones de grandes empresas europeas para formar grandes conglomerados que puedan competir en los sectores estratégicos con EE UU y con China. Si no se actúa con determinación, Europa se convertirá en una colonia chino-americana.

Los retos españoles son también europeos y los retos de otros Estados miembros de la Unión son nuestros retos. Nada de lo que sucede en Europa puede ser indiferente a la cuarta potencia europea y duodécima mundial. Nuestros políticos tienen que impulsar grandes proyectos que sitúen a Europa donde le corresponde y, además, tenemos que afrontar nuestros propios retos. Nuestro nivel tecnológico no se corresponde a nuestro PIB, y poco se hace para que salgamos de nuestra dependencia externa. Nuestra ciencia está en situación crítica. Cuando los Estados europeos punteros, en plena crisis, incrementaban el gasto en ciencia, en España se reducía drásticamente. Las deficiencias en nuestro sistema educativo son más que evidentes, estamos en los primeros puestos en lo relativo a abandono escolar, las enseñanzas profesionales están estancadas, y nuestras universidades aparecen situadas en los rankings por debajo del número doscientos. Las inversiones públicas han disminuido de manera alarmante a menos del 2 % del PIB, cuando se llegaron a alcanzar antes de la crisis porcentajes próximos al cinco por ciento del PIB. Las infraestructuras españolas son excelentes, pero sin un mantenimiento adecuado corren graves riesgos de deterioro. Es necesario afrontar el reto que el cambio climático supone para nuestra economía y, en particular, para nuestra agricultura. El apoyo a las empresas dedicadas a las energías alternativas puede ser uno de los puntos fuertes de nuestro desarrollo, revertiendo la situación actual y, sobre todo, ofreciendo un marco regulatorio estable que pueda atraer inversiones extranjeras. No debe seguir posponiéndose afrontar el reto de la una financiación autonómica en una mesa en que estén presentes todas las comunidades que, poniendo todas las cartas sobre la mesa, adopten criterios transparentes que sean aceptados sobre la base de la igualdad y solidaridad de todos los españoles sea cual sea el lugar del territorio en que se encuentren. Y, sin duda, tenemos que afrontar el reto independentista catalán sin desmantelar el Estado. En la Europa de la globalización se producirá cada vez más la unificación de los ordenamientos jurídicos de sus Estados miembros y no una mayor fragmentación, que pretenden los independentistas, que lejos de traer prosperidad solo puede conducir al fracaso de nuestras sociedades.

Bien está que el Gobierno central ponga de relieve los avances que se han producido desde que entramos en crisis en 2008, pero igualmente hay que identificar nuestras deficiencias para poder superarlas. Es cierto que el PIB crece en España por encima del tres por ciento, porcentaje superior a la media europea. Es cierto que se han creado unos seiscientos mil puestos de trabajo en 2017, la cifra más alta desde hace décadas. Es cierto que los inscritos en la Seguridad Social superan los dieciocho millones, cerca de dos millones más desde que comenzó la crisis. Es cierto que España es una de las grandes potencias turísticas del mundo con más de ochenta millones en 2017. Y no deja de ser cierto que las empresas españolas han demostrado en los últimos años una capacidad exportadora extraordinaria. Celebramos lo que se ha hecho bien. Pero, además de los déficits que más atrás hemos señalado, todavía tenemos más de tres millones y medio de desempleados; las cotizaciones a la Seguridad Social son insuficientes para pagar las pensiones, en uno de los países más envejecidos del mundo; la deuda pública supera nuestro PIB; y los niveles de marginalidad y pobreza son todavía preocupantes. Tenemos la impresión de que el Gobierno central solo presta atención a algunas grandes cifras macroeconómicas, no a todas, y parece menospreciar asuntos cualitativos como los que hemos mencionado, que son los que pueden garantizan un futuro sostenible para nosotros y para las próximas generaciones.

En cualquier caso no debemos conformarnos con lo que somos, ni como españoles ni como europeos. Es necesario que erradiquemos esa tendencia que se advierte en los últimos tiempos de cierto provincianismo, por no decir aldeanismo, que en vez de fomentar que nos consideremos europeos sin fronteras parece que nos empeñemos en crear pequeños reinos de taifas. Y es que estamos ya instalados en una economía global en que solo sobrevivirán los que entiendan esa nueva dimensión que exige que poderes públicos, empresas y ciudadanos nos desprendamos del pelo de las dehesas nacionales, regionales y aldeanas y asumamos mayores responsabilidades en Europa y en el mundo. No falta capital humano en Europa para intentar que el siglo XXI sea un siglo europeo.

La tarea de los políticos es ardua, pues deben ser capaces de mirar el presente inmediato sin dejar de elevar la mirada y enfocar el horizonte. Solo así, utilizando luces cortas y luces largas nos conducirán con acierto por las intrincadas autopistas del siglo XXI.