Se imagina, amable lector, la reacción del servicio exterior británico o francés, si un prófugo de esa nacionalidad, hasta hace pocas fechas máximo representante del Estado en el territorio, se dedicase a denostar a su país, desde otro de la Unión Europea, acusándolo de no ser democrático y tener comportamientos fascistas?

Eso ha ocurrido en Dinamarca con el expresidente de la Generalitat de Catalunya en su intervención en el Centro de Política Europea de la Universidad de Copenhague, donde se empleó a fondo en la defensa de su caso, a base de presentarse como víctima del Gobierno y el poder judicial. En ambos casos, a la espera de que se presente en España para que pueda ser juzgado y sancionado por los graves delitos en que ha incurrido en su imposible intento de declarar la independencia y proclamar la República Catalana.

Lo de menos era la calidad de su discurso, porque hay que reconocer que demostró arrojo presentándose en Dinamarca, sin haber sido invitado, el día que le declararon candidato. Y lanzándose a expresarse en inglés, en un medio universitario exigente que le recibió con hospitalidad. El desvarío es que convirtió su diatriba en un mitin antiespañol y lo hizo con mentiras sagaces y recursos delirantes, propios de alguien que no tiene nada que perder.

Lo que no podía imaginar es que iba a ser una profesora de la universidad quien le iba a poner los puntos sobre las íes. Marlene Wind, con distancia brechtiana -«nos ha tomado como rehenes de su circo»- había preparado la visita y tenía lista una batería de incómodas preguntas que hicieron trastabillarse al intrépido periodista. La profesora danesa desmontó, con sobria eficacia, la idea del «conflicto político», arco de bóveda de la propaganda del «president legítim», que se valió de un hábil recurso para agradar a un auditorio, mayoritariamente joven, deseoso de escuchar un alegato vintage contra el fantasma del franquismo.

No fue una intervención que deje huella en un país tan poco meridional, que el conferenciante se deleita en poner como ejemplo del modelo que le gustaría ofrecer a sus votantes. Por si hubiese alguna duda, el Ejecutivo danés no mostró interés en recibirle, trato debido a la democracia y al Estado de derecho español, por parte de un gobierno amigo y aliado. Tuvo que conformarse con la compañía de amables representantes de las Islas Feroe.

Llegados aquí, sin más elementos de discernimiento, a uno mismo, y quizás a algunos lectores, le asaltan algunas dudas:

¿Qué ha hecho la embajada de España en Copenhague para contrarrestar la embestida descabellada, en sede académica, de quien pretende, con complicidades arteras, gobernar Cataluña desde Bruselas?

¿No hubiera sido ocasión propicia para desmontar, in person, las mentiras del prófugo impenitente?

¿Que instrucciones han emanado del Palacio de Santa Cruz para defender la reputación del Estado y la dignidad de los ciudadanos españoles?

¿Ha aprovechado el Gobierno la audaz «visita-trampa» -como bien ha sabido anticipar el juez de la Sala Segunda del Supremo (negándose a emitir otra euro orden que pudiera procurar ventajas procesales al fugado)- para hacer llegar a la opinión pública danesa las razones que subyacen a la inevitable aplicación del 155?

Y metidos en el pantanoso terreno rogatorio, el Ministerio de Asuntos Exteriores podría facilitarnos a los sufridos contribuyentes el importe desmenuzado de los gastos correspondientes al año 2017 de las delegaciones exteriores (embajadas), a cargo de la Conselleria de Asuntos Exteriores, Relaciones Institucionales y Transparencia de la Generalitat de Catalunya.

De esta manera podríamos evaluar, con mayor precisión, la cuantía real de la inversión que ha llevado a cabo el estado mayor del procés, para conseguir unos resultados tan halagüeños para su causa. Porque la opinión pública europea tardará en entender el intrincado recorrido de la idea afortunada para los secesionistas, según la cual una mayoría abrumadora de catalanes ha abrazado la independencia, aunque no haya llegado a cuajar por culpa de un Estado autoritario.

En esta ocasión, la sirena de Copenhague ha echado una mano, en forma de preguntas difíciles, que no deja de resultar melancólicas.

Por cierto, ¿cuanto le cuesta al contribuyente esa embajada todos los años?