A medida que uno escucha y lee noticias le aumenta la sensación de que, cada vez más y sin solución a la vista, somos meros títeres de un espectáculo en el que otros, a distancia, seguros, mueven los hilos. Quizás haya ocurrido así desde que el mundo es mundo, pero, con esto de Internet, la globalización y los adelantos tecnológicos, nunca se ha hecho tan continuo y peligroso. Hasta el punto de que, aun pareciendo lo contrario, va disminuyendo nuestra capacidad de decisión e, incluso, nuestra libertad para elegir un camino u otro. Abre usted el ordenador y, a los cinco segundos, es posible que alguien en Australia, a la otra punta del mapa, sepa, si quiere, lo que usted está leyendo o escribiendo, con quien se relaciona y cuantas facturas le quedan por pagar. Ya sé que podemos encriptar las cuentas y adoptar todas las medidas de seguridad habidas y por haber, pero ¿quién nos garantiza que esos datos supuestamente protectores, precisamente esos datos, no están siendo usados para tenernos más controlados e indefensos?, ¿quién vigila a los vigilantes?

Todas estas reflexiones andan ya por el éter, no son originales. Aumenta a diario el número de personas preocupadas o alarmadas por una situación que se nos escapa de las manos hasta el punto de pensar que el individuo como tal ya no cuenta o cuenta muy poco, que todo se decide en unas esferas donde se desconoce el significado de la palabra solidaridad y, en cambio, reinan otras como egoísmo, cinismo, ambición y ansia de poder.

Esta semana hemos asistido (mejor dicho, nos han contado) al ya superfamoso Foro de Davos (Suiza), donde los países y entidades más ricas y poderosas del planeta se reúnen para hablar de sus cosas, que no suelen ser las hambrunas, la lucha contra las enfermedades y la paz, sino la Economía, el dinero, la geopolítica del dominio, las deudas del Tercer Mundo y las formas de ganar más empleando a menos trabajadores o rebajando los salarios. Pues bien, el jueves, mientras se esperaba la llegada de ese héroe llamado Donald Trump, se produjeron algunas declaraciones que hicieron temblar el universo?sin que el 99,9% del personal nos diéramos cuenta...aunque nuestros ahorros, sí.

Veamos la secuencia: un alto cargo norteamericano dice que su país apuesta por un dólar débil. Se estremecen las bolsas, se rilan los fondos, sube el euro, conmoción en el sector petrolero con repercusión en precios, primas de riesgo y demás. A los pocos minutos, reacción de Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE). Otra vez movimiento en las bolsas, compras y ventas a la carrera, variación en las cotizaciones, tiritonas? Y hete aquí que, acto seguido, le da a Trump por hablar. ¿Y? Pues, oiga, que contradice a su alto cargo y asegura, palabra de presidente, que los USA prefieren un dólar fuerte, o sea que no hará nada para que se deprecie. Otra vez convulsión, la tercera en unas horas, en las bolsas, la economía mundial, los precios de crudos y materias primas, los rendimientos del capital, las inversiones de los fondos (buitres y menos carroñeros) en fin? ¿Ustedes se imaginan lo que pueden haber ganado o perdido algunos en un ratito?, ¿ustedes intuyen lo que puede haber ocurrido con sus ahorros, esos que dejó en su banco pero que no sabe por dónde andan?, ¿ustedes, si han suscrito fondos o comprado acciones, sospechan lo que ha sucedido con su dinero en unos minutos y por unas simples declaraciones?

A todo eso me refería al hablar, al principio, de la merma (o desaparición) de nuestra capacidad de decisión, incluso en cosas que nos afectan muy directamente. Claro, hombre, usted tiene libertad y autonomía para suscribir o no ese fondo, o para comprar acciones u obligaciones, o para meter sus ahorros bajo un adobe, pero, a partir de que usted firme el contrato, ya no sabe por donde circula su pasta. Y puede encontrarse con pérdidas (rendimientos negativos lo llaman algunos), con disminución de sus depósitos por el mero hecho de que unos señores muy influyentes digan so o arre y otros, al abrigo de esas palabras, muevan de acá para allá unas cantidades que usted creía que estaban en la sucursal de la esquina.

Lo del jueves, lo de las vaivenes económicos, es solo un ejemplo, eso sí, ilustrativo, potente, de una globalización que no es tan positiva ni inocua como nos la quieren presentar. Una globalización que, si no nos defendemos y buscamos dar una consistencia humana a ese progreso, nos va a ir convirtiendo poco a poco en simples títeres, en marionetas cuyos hilos mueven quienes tienen la sartén por el mango y, como cantaba Alberto Cortez, "el mango también". El que avisa?.