Se cumplen 50 años de una serie de acontecimientos que han marcado la historia contemporánea. En plena guerra fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos, la muerte de Ernesto Che Guevara en la selva boliviana en octubre de 1967 dio paso en el entonces mundo desarrollado, al activismo político, cultural y social más importante del siglo XX desde el silencio iniciado en 1945 al término de la Segunda Guerra Mundial.

1968 fue el año del mayo francés, de las revueltas universitarias en Nueva York y en San Francisco, Columbia y Berkeley, del auge del movimiento hippy, siempre aquí insuficientemente explicado, de la primavera de Praga en la que los tanques soviéticos aplastaron, como años antes hicieran en Hungría, la esperanza de la ciudadanía y sus pretensiones democráticas. Fue el año también de magnicidios como el de Martin Luther King y Robert F. Kennedy. El año del primer asesinato de la banda terrorista ETA en la persona de Melitón Manzanas. El año del famoso Congreso Cultural de la Habana en el que participaron cerca de 400 intelectuales de todo el mundo que creían entonces en las bondades de la revolución castrista. El año cumbre en el que la izquierda surgida en los países democráticos llegó a pensar que las ideas de Karl Marx, Mao Tse Tung o Fidel Castro iban a conducir a un mundo mejor, más justo e igualitario.

La historia no se repite pero nos ayuda a entender mejor la realidad. Bueno sería que desde los foros políticos, culturales y universitarios se conmemorara esta importante efeméride con una serie de actos que analizaran y reflexionaran sobre estos acontecimientos y su influencia tanto en nuestra historia reciente como en el momento actual.

Precisamente el título de este artículo está sacado de un cartel de la época en el que se ve al general De Gaulle, entonces presidente de la República Francesa, aporreando con un bastón la cabeza de un ciudadano francés. Al año siguiente, por la fuerza del voto de los franceses, dejó de serlo. El silencio del poder y el bastonazo acabaron con uno de los franceses más ilustres.

¿Necesita nuestra sociedad recuperar el activismo? Y no solo un activismo romántico propio de la euforia de juventud o de la militancia política. Recuperar el activismo, en la acepción más noble y colaborativa de la palabra, entendido como compromiso, sentido de pertenencia y dedicación a un proyecto de sociedad. Difícilmente se puede producir una vertebración social y un verdadero progreso sin este ingrediente. Difícilmente sin él se podrán alcanzar las metas que nos propongamos como país.