Sí, señorita Escarlata». Eso le decía la esclava a Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó. Era la expresión de la sumisión frente a la explotación humana de aquella América. Hoy, muchos años después, la frase recobra su propia versión en España.

Sí, señorita Escarlata. Un ejército de trabajadores está a disposición en este país para ejecutar más de seis millones de horas extraordinarias a la semana. De ellas, y según la última EPA, la mitad no se paga. Tampoco son recompensadas. Simplemente se regalan en una traslación a este siglo XXI de ese abuso de la América profunda. Y sin réplica. Como la mummy negra de la película.

Una ingente cantidad de fuerza laboral no retribuida en un escenario de bajos salarios y contratos precarios que siguen engordando los beneficios empresariales y cuyo volumen ya no entiende de crisis. Además de un cóctel suficiente para que organismos internacionales como la OCDE o el FMI dejen de preguntarse qué está pasando en España para haberse convertido en el epicentro de las desigualdades.

Algunas respuestas las tienen en jornadas maratonianas disfrazadas de nóminas de cuatro horas o pagos en dinero negro que eluden cotizaciones e impuestos. El mundo que no quieren ver.

Un mundo al que no llegan los escasos medios de la Inspección junto a la falta de obligación de controlar las horas trabajadas mediante un simple registro que nuestros legisladores son incapaces de imponer. Abusos y fraudes de sobra conocidos pero que pocos denuncian. Es lo que tiene la oferta y la demanda: si no lo haces tú, siempre habrá un sustituto en peores condiciones para hacerlo por ti.

Ilegalidades e indignidades que se ceban, una vez más, con las mujeres. Mientras que los hombres cobraron el 55 % de las horas extras trabajadas, sólo lo hizo el 45 % de las asalariadas. Otra en la frente. Situaciones que le deben ser ajenas a dirigentes empresariales que afirman que en este país «quien se deja explotar es porque quiere». Ganas te dan de enviarles, página a página, el tocho encuadernado de la EPA. Pero, al final, sólo son papeles.

Mejor que se pongan en la cola del paro; que consigan un trabajo después de meses o años; que sea por debajo de su cualificación y experiencia; que firmen un contrato por el salario mínimo; que se lo renueven cada semana si tiene suerte; y que le echen decenas de horas sin cobrar. Cuando acabe todo el proceso sólo les quedará decir: «sí, señorita Escarlata».