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No es radiotelevisión para jóvenes

Un país que desprecia a sus jóvenes está condenado a la ruina. Puede parecer una idea obvia, al fin y al cabo, las distintas generaciones deberían apoyarse unas a otras para lograr una sociedad mejor. Pero el mensaje no acaba de calar. Al menos no entre quienes parten el bacalao de nuestra pescadería vital. Según se ha sabido recientemente, de los 632 empleados admitidos de forma provisional en À Punt, sólo 53 no habían formado parte de la ya extinta Radiotelevisió Valenciana. O lo que es lo mismo, el 91% de quienes tienen posibilidades de incorporarse como asalariados en nuestro nuevo medio público ya lo eran del antiguo. No hace falta ser un lince en estadística para deducir que en la nueva plantilla los representantes de la juventud constituirán una excepción. La situación es indignante sí, pero la hemos recibido con escasa sorpresa. Aquellos que accedimos al mundo laboral durante la hecatombe de la crisis estamos acostumbrados a que el mercado de trabajo nos deje de lado.

Se nos bombardea con monsergas sobre la importancia de la formación, de potenciar el talento, de esforzarse para triunfar. Pero, a la hora de la verdad, nunca se nos considera suficientemente válidos. Sólo servimos para ser los profesores particulares de vuestros hijos, los eternos becarios, los suplentes fugaces, los camareros que os atienden durante la pausa del almuerzo. Nuestro único papel es encadenar contratos basura, saltar de empleo en empleo, cubrir bajas, ejercer de esparadrapos temporales con los que sobrellevar las heridas de la empresa. Bueno, eso y pagar másteres, cursos y diplomas que garanticen nuestra empleabilidad, la misma que luego se nos niega.

Nos hablan de excelencia, pero al mirarnos ven mano de obra barata. Carne altamente cualificada de usar y tirar. Nuestros proyectos vitales pueden seguir esperando, total, ni que acceder a una vivienda digna, tener independencia económica o soñar con formar una familia fueran cuestiones tan importantes?Que nadie se preocupe, aguantaremos un poco más en la incertidumbre. Después de tantos años ya nos hemos hecho expertos. Hacer de la precariedad virtud se ha convertido en nuestra seña de identidad.

Y todavía tendremos que seguir soportando discursitos sobre el síndrome de Peter Pan, el miedo a las responsabilidades y el pánico a madurar que azota a la muchachada actual. ¿Sabéis lo que ayuda bastante a convertirse en un adulto completo? Que no boicoteen tus intentos de acceder a un trabajo de calidad. El imaginario colectivo nos tilda de mimados, pusilánimes y llorones, pero, en realidad, estamos pidiendo unas oportunidades, al menos, remotamente parecidas a las que tuvieron quienes nos precedieron. Para buscar privilegios habrá que mirar en otra parte.

Que una empresa privada explote a los jóvenes a base de contratillos miserables es cruel e injusto. Pero que sea un ente público el que directamente les elimine de la ecuación resulta lamentable hasta la náusea. Quizás dentro de 20 años quienes ahora sufren la maldición de la juventud consigan por fin un empleo decente con el que poder cotizar a tope y, de paso, pagar las jubilaciones de aquellos que ahora se empeñan en arrebatarles el presente. Ya sabéis, las distintas generaciones que colaboran y se ayudan por el bien común.

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