La legislatura del tripartito en València, encabezado por Joan Ribó, se resume en dos palabras: desgobierno y caos. Estos conceptos tienen su reflejo más claro en un lugar emblemático de la ciudad, Ciutat Vella. En este distrito, las protestas de asociaciones y manifestaciones vecinales se están sucediendo de manera continua y los problemas, lejos de ser atenuados o solucionados, se recrudecen.

mo hemos dicho repetidamente desde Ciudadanos, hay mucha descoordinación entre las distintas concejalías del Ayuntamiento y hay un «grezzismo» o autoritarismo impulsivo como modelo de desgobernar en Valencia. Es cuestión simplemente de leer la prensa diaria o seguir a pie la calle la actualidad de la ciudad para darnos cuenta de que este tripartito además de ineficaz, es un generador extra de problemas y ha proyectado toda su incapacidad, especialmente, sobre este distrito.

Si bien en cada barrio de Ciutat Vella puede prevalecer una problemática más específica, hay asuntos absolutamente transversales que afectan a todo el distrito como la movilidad. El polémicamente omnipresente Giuseppe Grezzi ha peatonalizado a discreción manzanas enteras sin consenso y luego no está mostrando voluntad política para rectificar los bucles pese a que los vecinos se lo están pidiendo. Tampoco, ni Grezzi ni Ribó, están escuchando a asociaciones y comerciantes cuando proponen consensuar y coordinar soluciones de movilidad sostenible en el centro que garanticen un mínimo acceso al comercio, un transporte público cercano y no contaminante, y proyectos de las grandes plazas (Reina, Brujas, Ayuntamiento, San Agustín) verdaderamente participativos e interrelacionados.

Pero no todos los problemas derivan de la movilidad. Los vecinos de Ciutat Vella en todos sus manifiestos reclaman que el distrito fortalezca su condición residencial y comercial. La turisficación masiva y sin control, a la que se ven abocadas parte de las 26.000 personas censadas, es una barrera al flujo residencial. La eterna falta de regulación de los apartamentos turísticos conlleva el crecimiento de éstos mientras la subida de los precios de alquiler de las viviendas está generando un efecto de expulsión de los vecinos de toda la vida.

Nos preocupa mucho la proliferación y concentración de megatiendas frente al comercio tradicional. Creemos que el concejal Sarriá ha llegado dos años tarde para establecer la protección del comercio tradicional. Si hubieran aprobado las propuestas de Ciudadanos de 2016 no tendría que haber evidenciado urgencias en este aspecto. Hablar de Ciutat Vella es no olvidar a Velluters. A los problemas ya descritos, junto con el ruido, se mezclan también los problemas de seguridad y convivencia derivados de la marginalidad. Velluters requiere una gran visión de conjunto y soluciones integrales. Sin embargo, el tripartito al completo, en el pleno del Ayuntamiento de octubre de 2017, dijo un no rotundo a una iniciativa de Ciudadanos. Para Ribó y sus cómplices no hay soluciones posibles si se niega previamente la existencia de problemas.

Al final, un político tiene sus mejores instrumentos de trabajo en su empatía y en su libreta para comprender y anotar los problemas que afectan a las personas. Resulta muy triste que muchos vecinos de Ciutat Vella nos digan que se sienten extraños en su propio barrio. Pero esa es la realidad de Ciutat Vella. Por desgracia, los concejales de Compromís, PSPV y Valencia en Comú nunca se han dado cuenta de ella.

dega de Emili Bermell.

La tarde del 13 de octubre de 1957, en València, no dejaba de llover, horas más tarde el cauce se había desbordado, y el agua alcanzaba hasta el primer piso de los portales. La catástrofe fue descomunal. El "pont de fusta", sería engullido por las aguas embravecidas, mientras la pasarela, lugar donde más tarde se emplazaría el puente de Santiago Calatrava, quedaría partida por su mitad. Calles de resonancias náuticas, como las Barcas o la Nau, por las que en el pasado transcurría uno de los brazos del Turia, volverían a recoger las caudalosas aguas. Quizás no se trate de un recuerdo del todo punto fidedigno, pero resultan ser las contadas imágenes que cada cual retiene en su memoria, como dijera Jorge Luis Borges.

Todos nosotros vivíamos próximos a la iglesia de la Santa Cruz, en el centro del barrio, y allí mismo nos concentrábamos para jugar en el solar que actualmente ocupa el jardín. Bajando por la calle Pare d´Orfens, yendo hacia las Alameditas de Serranos, lugar donde confluye con Blanquerías, permaneció anclado durante la riada, un tranvía, el 5, del cual sólo se distinguía el anuncio situado en su parte superior, en el que podía leerse, Laxante Ideal, menudo sarcasmo.

En los alrededores vivían, afamados toreros como la familia de Eliseo Capilla, tradicionales sederos, fabricantes de pañolones artesanos, como Camilo Miralles, falleros ilustres de Na Jordana, como la familia Pere Borrego, o estudiantes que acudían a la Escuela de Sant Carles, más tarde, reconocidos pintores, como Calvo o Palomar.

El barrio del Carme ofrecía, entonces, un microcosmos urbano que incluía toda una diversidad de profesiones y oficios, que, tras la riada, se diluirían por los diferentes barrios de la ciudad. Una gran pérdida, por lo enriquecedora que resultaba aquella relación vecinal, que Rafael Solaz, también vecino, relata con detalle en, "El Carme. Crónica social y urbana de un barrio histórico". Hoy, tras cumplirse sesenta años de aquellas fechas, y al volver a reunirnos aquellos niños, hoy rondando los setenta, apreciamos la importancia que tuvo el barrio para nuestra infancia, y, el impacto para nuestra memoria de la catástrofe de la riada.

Con la riada, más de un cincuenta por ciento del barrio del Carme se encontraba, en situación de deterioro. Resultaba necesario plantear, de inmediato, las medidas necesarias para evitar el desplazamiento de los vecinos, cosa que no se hizo. Y ello llevó a muchas familias a cambiar de domicilio. La casa en la que nacimos, la iglesia en la que fuimos bautizados, las calles por las que corrimos, las plazas que frecuentamos, el barrio al que siempre nos sentimos unidos. Muchos de nosotros, aún trasladados a otros lugares, nunca dejamos el barrio. Como Aníbal Troilo hizo propio el suyo, "dicen que me fui del barrio; pero cómo, pero cuándo, si siempre estoy llegando", nunca dejamos el Carme.