Una vez conocido el barómetro electoral del CIS, apareció el morbo. Sucedió lo que siempre suele ocurrir: los favorecidos alaban las virtudes del sondeo; los perjudicados reafirman la perogrullada de que los sondeos no son más que sondeos, y se consuelan constatando que la verdadera encuesta es la que tiene lugar el día de las elecciones. Mientras, los estrategas de cada partido intentan penetrar en sus entrañas, léase en la denominada cocina (fidelidad de voto, la valoración de los líderes incluido entre sus votantes, procedencia de los indecisos y abstencionistas...) para poder ofrecer a sus capos esperanzas y ánimos.

Se confirma que el bipartidismo ha muerto y las mayorías absolutas también. Tendrán que acostumbrarse, unos y otros, a gobiernos en coalición o en minoría tal como ocurre ahora. En el bando conservador, el PP sigue siendo el partido más votado, a pesar de que lentamente disminuyen sus electores. Ha bajado casi ocho puntos desde las elecciones generales del 2016 (del 33 % al 26,3 %). Es posible que la inoperancia del gobierno de Rajoy comience a hacerle mella. La ciudadanía (especialmente las clases medias) no percibe en su vida cotidiana las mejoras del crecimiento macroeconómico: no en vano, el paro (66,8 %) sigue siendo el principal problema aunque haya disminuido un punto, mientras los problemas de índole económica (24,3 %) han subido cinco puntos. La corrupción comienza a afectar las entrañas del partido y de sus líderes incluído el mismo Rajoy: la desazón frente a la corrupción (35,1 %) aumenta cuatro puntos, y la feroz critica a la clase política se mantiene en un 24,3 %. La crisis política catalana sigue viva y coleando, lo que inquieta todavía a un 14,9 % de la ciudadanía aunque haya caído casi dos puntos respeto al sondeo anterior a las elecciones del 21D.

En contraste, Ciudadanos sube muy probablemente a costa de exvotantes de los populares. El partido de Rivera ha aumentado casi siete puntos desde las elecciones generales del 2016 (del 13 % al 20,7 %). El acelerón se produce a raíz del éxito electoral en Catalunya, donde el PP queda instalado casi en la marginalidad. Todas las alarmas se han activado en las filas populares, que en gran manera se disputan con Cs el mismo electorado. Rajoy necesita a Ciudadanos para poder seguir gobernando en minoría, cuyo primer reto es el Presupuesto del 2018 que duerme el sueño de los justos. Rivera y los suyos siguen poniendo de relieve la inanición de Rajoy, aunque al mismo tiempo paralizan la mayoría de iniciativas de la oposición en el Parlamento. En tal coyuntura es difícil que Rajoy adelante las elecciones, aunque pueda hacerlo. Queda por ver si se consolida la tendencia de descenso de los populares y ascenso de Ciudadanos en las convocatorias electorales del 2019 (europeas, en la mayoría de las autonomías, y municipales), aunque sean de naturaleza distinta a las generales.

En el ámbito progresista, las aguas tampoco corren excesivamente claras. Los socialistas (23,1 %) han subido escasamente un punto respeto a las elecciones de 2016, aunque es cierto que han aumentado tres puntos desde el pasado mes abril y casi cinco puntos desde enero de 2017: la diferencia con el PP ahora es de tres puntos. Los temores de un posible sorpaso de Podemos no ha sucedido ni parece vaya a ocurrir. Y el PSOE tiene un muy aceptable grado de fidelidad (66,4 %) y la valoración de su líder entre sus votantes es de 5,86 (sobre diez). A su vez, los socialistas encabezarían la intención de voto directo (15,9 %). Su situación parece mejorar, pero muy lentamente. Su visibilidad como partido líder de la oposición es baja en su labor parlamentaria. Les cuesta quitar el tapón que ha puesto Rajoy y que impide ver el interior de la botella. Y tiene su coste la percepción de un sí a Rajoy en Catalunya y otros ámbitos. A su vez, no les resulta fácil la comunicación activa con sus militantes y simpatizantes que les permita recuperar credibilidad y confianza (fáciles de perder y difíciles de recuperar). De momento su único aliado posible es Podemos, visto el escoramiento claro de Cs hacia la derecha. Pueden ser decisivos los resultados de las autonómicas y municipales.

Podemos está pagando la crisis interna (y también externa) a pesar de haber subido dos puntos (del 17,5 % al actual 19 %). Su fidelidad de voto es sensiblemente baja (59,5 %). Podemos y sus confluencias quedarían descolgados con una intención de voto del 11 %, y la mayoría de sus votantes descontentos van a la abstención. Su líder es el peor valorado (2,54 sobre 10), superado por Alberto Garzón (3,67). A su vez, Pablo Iglesias es también el peor valorado entre sus votantes (5,49 sobre 10), superado asimismo por Garzón (6,24). El futuro no está escrito, pero los trazos actuales están insinuados.

Una encuesta vale para lo que vale: marca unas tendencias en la intención de voto, que como es lógico es variable. Lo que resulta más difícil de deducir de tales sondeos es el número de diputados, que no tienen por qué ser directamente proporcional al número de votos a escala nacional. El partido más votado en el conjunto de España no tiene por qué ser el que tiene más diputados en el Congreso, porque la circunscripción es la provincia que tienen un mínimo común y un variable en función de la población. Por tal razón Podemos y Ciudadanos (extraños compañeros de cama) quieren modificar la ley electoral.