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Incomunicación taurina

El comunicado taurino es un género en sí mismo. No importa lo que dice, sino lo que omite. Se escribe para que lo lean todos y lo entiendan cuatro. Es un mensaje encriptado en una selva de palabras rimbombantes y vacías de contenido, fiel reflejo de la casta empresarial que nos ha tocado padecer. El comunicado taurino es un resumen de su incapacidad para entender contextos y situaciones. Es una manera de hacer a la antigua, de imponer una rutina de ideas heredadas de la peor de las tradiciones: formas de pensar, sentir y actuar que no han sido cribadas y que siguen ejerciendo una influencia letal. No pretende decir nada nuevo, ni aportar una sola idea original. Es incomunicación pura y dura.

Lo peor del asunto es que bajo esta actitud se oculta hábilmente un temor al cambio, a que otros puedan hacer mejor lo que ellos son incapaces de abordar. Por eso construyen una realidad paralela, una suerte de «matrix» que les permita seguir manejando a su antojo una actividad que creen muerta y de la que únicamente esperan obtener pingües beneficios.

La estructura fundamental de su mundo se rige por la máxima «cuanto peor, mejor». Aplazan sine die las verdaderas urgencias de la tauromaquia porque, en el fondo, a ellos no les va tan mal. Se quejan de todo cuanto suponga una merma de sus ingresos y no les duelen prendas cometer las más flagrantes injusticias con tal de mantener su estatus.

Los intereses de los aficionados les importan un bledo, organizan ferias monótonas sin apenas alicientes, castigan a los toreros que quieren andar su propio camino y premian a los sumisos. Son una plaga que está acabando con la ilusión de muchos. Esperemos que cuando pase, no sea ya demasiado tarde.

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