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Todos pierden menos dos

Debilidades de la gran coalición forjada por Merkel para seguir viva

La acelerada renuncia del socialdemócrata Schulz (SPD) a su ambición de ser el próximo ministro de Exteriores alemán delata la debilidad del acuerdo que ha sellado con la canciller Merkel (CDU). Un laborioso pacto gestado en una burbuja donde flotaba la férrea voluntad de supervivencia de Merkel y, junto a ella, la necesidad de Schulz de apañar un botín que justificase la traición a su mayor promesa: romper la coalición sellada con la líder democristiana en 2013.

La burbuja estaba, sin embargo, tan desconectada de sus placentas que alumbró un ratón mutante rechazado por todas sus madres y bastardeado por la prensa como el primer gabinete socialdemócrata de Merkel. Por un lado, el eje vertebral de la CDU reniega de ver Finanzas y Trabajo en manos del SPD: adiós al feliz crecimiento austero y hola a una redistribución que le apesta a derroche. Merkel tendrá que oír severos ataques en el inminente congreso de la CDU, aunque no es probable que su partido le tumbe el pacto.

Lo malo es que la pareja tampoco baila. Mucha base del SPD, en mínimos históricos de apoyo, no perdona que Schulz rompiera su palabra y, pese a las canonjías, no olvidan que la canciller seguirá llevando la rienda y calzando la espuela. Así que, para aminorar la posibilidad de que tumben el pacto, Schulz renunció al liderazgo del SPD y, acto seguido, a la dirección de una diplomacia alemana que se avizora clave en una eventual reforma de la UE.

Las alegrías, pues, se centran en el líder de la ultraconservadora CSU bávara, azote de inmigrantes, que se alza con el látigo de Interior. Y, mucho más importante, se extienden a la xenófoba y filonazi Alternativa por Alemania que, si el pacto es refrendado, conseguirá revestir su estreno en el Bundestag con el privilegiado liderazgo de la oposición. Todo lo cual obliga, hasta que no se extienda fe de vida del mutante, a no precipitarse en cábalas sobre las políticas de tan curioso gabinete.

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