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Joven de veinte veranos

Hace años, en un pub de un pequeño pueblo de Irlanda, Tony Cullen, que era granjero y se había pasado toda la vida viviendo en el mismo sitio, habló de un vecino suyo que había muerto muy joven, ya no recordaba de qué. "Era un joven de veinte veranos, esa era la edad que tenía cuando murió", nos dijo Cullen, antes de irse a bailar con su mujer a la pista de baile del salón donde me decía que había cantado Hank Williams (cosa imposible porque Hank Williams sólo actuó una vez fuera de Estados Unidos, y fue en Toronto, donde se emborrachó de forma lamentable y acabó pasando dos días en el calabozo). Pero lo que me llamó la atención fue la forma de referirse a aquel vecino que murió tan joven, cuando era "a lad of 20 summers", es decir, "un chico de veinte veranos", tal como lo dijo el granjero Cullen.

Me pareció una forma muy bella de contar el paso del tiempo: en vez de contar los años enteros, contar sólo los veranos, como si sólo los periodos de esplendor pudieran incluirse en una vida tan breve, y como si los inviernos, con sus secuelas de contrariedades y desilusiones, no tuvieran derecho a ser computados como tiempo vivido, sobre todo cuando se trataba de alguien que había pasado tan poco tiempo en este mundo. Aquel día, en el pub The Dolphin, recordé que antiguamente, entre nosotros, también se hablaba así. Y las señoras mayores decían de alguien que había muerto muy joven que sólo tenía "veinte primaveras", o sea que medían -igual que Tony Cullen- el tiempo de las vidas que habían sido muy cortas sólo por los periodos que podían considerarse benévolos y agradables, dejando al margen los demás, los adversos y borrascosos. El problema es que yo ya no recordaba a nadie que hablara así en España y que usara las primaveras como unidad de medida de las vidas muy cortas. En cambio, Tony Cullen, allí, en su pueblo del condado de Mayo, seguía midiendo el tiempo como en los tiempos de Shakespeare y como en las baladas que se cantaban de noche en los pubs, sobre todo las que ensalzaban a los rebeldes del IRA ejecutados por los ingleses en los tiempos de la guerra civil. "Era un chico de dieciocho veranos/ que murió por la libertad/ en la cárcel de Mountjoy", decía una de aquellas baladas dedicada a un rebelde llamado Kevin Barry.

¿Por qué se ha perdido esta forma tan hermosa de referirse a la gente que había muerto joven? Porque el caso es que se ha perdido, y Tony Cullen, si todavía vive -espero que sí-, tendrá ya sus setenta y muchos años (debía de tener unos cuarenta y tantos cuando fuimos aquel día a The Dolphin). Probablemente sus hijos ya no usen jamás esa fórmula de los "veinte veranos", que les parecerá anticuada y cursi, así que muy pronto habrá caído por completo en el olvido, si no ha caído ya incluso en aquella parte tan remota de Irlanda. Y además, en la era de Facebook e Instagram, el mismo concepto del paso del tiempo -y con él la idea misma de la muerte- se va haciendo tan confuso, tan inconcebible, tan borroso incluso, que es muy difícil imaginar a nadie que se atreva siquiera a mencionarlo con la serena naturalidad con que lo evocaba Tony Cullen. ¿Qué significa ser joven ahora? ¿Tener veinte años? ¿Treinta? ¿Cuarenta? ¿O ser un menor de edad? No tengo ni idea. Y quizá nadie la tenga ya.

En la época de Tony Cullen, que debió de nacer hacia 1940, cuado Europa estaba en guerra y millones de jóvenes de "veinte veranos" morían en los campos de batalla, estaba muy claro cuándo se era joven y cuando se dejaba de serlo. Quizá veinte años era el límite natural: a partir de ahí empezaba el invierno, porque a esa edad uno ya debía estar trabajando y a ser posible comprometido con una novia con la que iba a casarse muy pronto. No había muchos más planes de vida. Trabajar, casarse, tener hijos, ir al pub los fines de semana, y bailar en The Dolphin cuando llegaban "las fiestas de Nuestra Señora en el Tiempo de las Cosechas", como llamaban allí a las fiestas que aquí son de "la Mare de Déu d´Agost". Eso era todo. Y felices quienes pudieran hacerlo y no tuvieran que vivir guerras ni epidemias, o acabaran ahorcados en la cárcel de Mountjoy como el pobre Kevin Barry.

Por eso, cuando oigo decir que los jóvenes de ahora van a vivir peor que sus padres, me acuerdo de Tony Cullen y de su vecino que murió "con veinte veranos". Está claro que hay muchos motivos para sentir angustia por el mercado laboral y por los alquileres y por cientos de cosas más. Y tanto que sí. Pero me pregunto quién en su sano juicio querría cambiarse por Tony Cullen, o por mi padre, o por los que fuimos jóvenes en los tiempos de la Transición, que no fueron precisamente maravillosos. Se mire como se mire, hay que ser tonto para pensar que todo aquello fue mucho mejor.

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