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Idiotez «vs.» corrección

No quisiera parecer un tipo que escribe artículos con la sola intención de regañar. Ya hay uno que lo hace mucho mejor y con más autoridad que yo. No. En vez de regañar, me irrito.

Tomemos la última gracia política del momento: la reivindicación de la igualdad femenina ha llevado a una política (sí, política) del partido Podemos a reclamarse como portavoza, nada menos, de su grupo político. Las idioteces son una triste afirmación de personalidad y descalifican a quienes las ponen en circulación. Además de probar su ignorancia gramatical, la compañera, rebelde y feminista, reivindica su posición de igualdad acuñando este nuevo término del horror. Al hacerlo, comete lesa majestad puesto que voz no admite ser femenino o masculino. Es voz. Y de hecho es femenino: por consiguiente, igual da decir la portavoz que el portavoz. Ahora, si se quiere feminizar o masculinizar el palabro, lo que debe cambiar es porta (referido al sujeto que lleva la voz), de tal modo que se diga portavoz (femenino) y portovoz (masculino). De manera que la señorita en cuestión se equivocó gravemente al reafirmar su solemne feminismo en modo portavoza, cuando lo único que califica la portavocía (o portovocío) es el artículo la o el. La idiotez es un campo sembrado y multiplicador: ya verán ustedes, amigos lectores, lo poco que van a tardar los políticos en general en utilizar el término portavoza. Claro que dependerá de si son miembros o miembras del referido partido y, por supuesto, españoles y españolas. Unas reiteraciones inútiles.

En realidad, los ingleses, que tantas lecciones de manejo de su riquísimo lenguaje nos dan, lo tienen resuelto con la sencillez y practicidad lógica que aplican a casi todo: el portavoz es «spokesman» y la portavoz es «spokeswoman». Para que no haya dudas.

La culpa de todo este embrollo lo tiene la batalla del feminismo por la igualdad. Como si, por cierto, la creación de un vocabulario nuevo y malsonante fuera el eje sobre el que se sustenta la igualdad de sexos. Esta no depende de una mera palabra o de mil palabras, depende de que se reconozca la valía de mujeres determinadas por su trayectoria aceptada y no por imposición de la paridad. Tomemos un ejemplo: Isabel Coixet es una magnífica cineasta, sensible e inteligente. Si no hay más mujeres dirigiendo como ella películas hasta ser tantas como hombres, no es por ser víctima de una campaña que les niega su lugar en la sociedad (que también) sino porque, a lo mejor, su valía como cineastas no es tanta. En casos específicos, no en todos los casos, claro.

La paridad obligatoria no es paridad si no hay absoluta equiparación de derechos y sueldos. No como Rajoy, que no considera venido el momento de equiparar los emolumentos de mujeres y hombres, pese a que se comprometió a hacerlo hace ya tiempo.

La lucha por la igualdad de sexos no solo produce monstruos del diccionario, sino que topa con la corrección política, bendita entidad que siempre acaba pecando de la misma exageración. Nos ponemos rígidos cuando creemos que se ha vulnerado lo correcto y entramos en el territorio de la sospecha, la maledicencia y por fin la acusación gratuita. En realidad, corrección política equivale a beatería bien pensante o, como Coixet demuestra en su película La librería, a beatería hipócrita. Y así estamos.

Llámese igualdad de sexos o acoso machista, nos movemos en un terreno muy resbaladizo y carente de reglas fijas o, en muchas ocasiones, de pruebas palpables. El problema con las rebeliones sociales es que acaban convirtiéndose en verdades universales sin necesidad de demostración. Hago desde aquí un llamamiento a una cierta cordura, no vaya a ser que, como sucedió con el macartismo, la acusación global, la sospecha generalizada, acabe invadiéndolo todo hasta desleírse. Estuvo bien con el macartismo; estaría fatal con la lucha contra el acoso machista.

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