España parece un país ingobernable por la falta de tradición de grandes pactos como el que se ha reeditado en Alemania. Tras 136 días sin Gobierno, los dos grandes bloques políticos de Alemania, el centro derecha de la canciller Angela Merkel (CDU/CSU) y la socialdemocracia de Martin Schulz (SPD), alcanzaron un acuerdo para poner en pie una nueva gran coalición que gobierne la primera economía europea y acelere el motor de una Unión Europea que necesita el diésel alemán para su correcto funcionamiento. Merkel, la eterna canciller, cede una considerable cuota de poder al SPD, incluido el todopoderoso Ministerio de Finanzas, pero a cambio cimienta su cuarto mandato y evita repetir las elecciones. No ha sido fácil alcanzar un acuerdo en el que Merkel incluso habló de que tendría que hacer «concesiones dolorosas», en referencia a ese reparto de poder, en el que el bloque conservador ha visto disminuido su hegemonía a favor de una socialdemocracia que aún debe explicar a su militancia de que el acuerdo merece la pena. Pero unos y otros han cedido por el bien de Alemania.

Esta gran coalición en España es impensable. Casi una broma a pesar de que el nuevo escenario electoral y de reparto de poder certifica el fin del bipartidismo como lo conocíamos hasta ahora. El PP está en declive con la pérdida de casi siete puntos desde las generales del 2016 y digiriendo aún su fracaso en las catalanas, los casos de corrupción que a diario desfilan por los telediarios y la parálisis del ejecutivo. El PSOE no está mejor. Sigue transitando sin encontrar su verdadera alma y Pedro Sánchez no logra armar un proyecto socialista alternativo ni trabajar con las demás fuerzas políticas para desbloquear la parálisis legislativa que afecta a España. Sánchez recibe un nuevo aviso de que su proyecto no arranca e incluso es incapaz de atraer a esos votantes de izquierdas que se refugiaron en Podemos. A Sánchez, con su ritmo mortecino, sólo le da para subir un punto y gracias.

Ciudadanos, en cambio, está en pleno apogeo por su antinacionalismo (le ha birlado esta bandera al PP) y ha subido cerca de ocho puntos desde la referida cita electoral e incluso el sondeo de Metroscopia de este fin de semana sitúa a la formación de Albert Rivera en primer lugar con un apoyo del 28,3 %, siete puntos por encima del PP. Ciudadanos sigue pescando en caladeros a derecha e izquierda en una progresión sostenida que empieza a consolidarse como tendencia y empieza a preocupar al PP, incapaz de recuperar el impulso. Y Podemos, según el CIS, habría caído algo más de dos puntos, con lo que su bajada no sería tan grave como anunciaron algunos de los sondeos recientes pero confirma que es un partido que está a la baja y que su fuerza radicaba cuando hacía política fuera de las instituciones, en las barricadas.

Pero más allá de quién sube y quién baja, todas las encuestas y sondeos reflejan que los cuatro partidos se mueven en una horquilla de casi empate técnico, lo que indica que es casi improbable, con este reparto de votos, que en el futuro pueda haber gobiernos basados en la suma de dos partidos únicamente (para gobernar con mayoría hará falta un tripartito). Y se ha comprobado en esta legislatura que es imposible lograr una gran coalición de dos partidos (PP-PSOE) y menos aún de tres partidos, lo que sin duda hará que la estabilidad del gobierno de turno sea tan endeble que podrá seguir diciendo que gobierna, pero en realidad la actividad legislativa se mantendrá paralizada ante la imposibilidad de reunir mayorías sólidas o cerrar grandes acuerdos. Al final, los que pierden son los ciudadanos, que votan para que se solucionen los problemas.

La parálisis legislativa es mayúscula con decenas de asuntos empantanados como la reforma de la financiación autonómica (se prometió para finales de 2017 o principios de 2018), la reforma de las pensiones, del sistema educativo, de las políticas de empleo y protección social... Es tal el bloqueo de los partidos para que España avance en la senda de la recuperación que ni siquiera es posible acordar unos presupuestos generales del Estado para este ejercicio, con lo que podríamos llegar al final natural de la legislatura con unos únicos presupuestos. Queda claro que tanto los partidos tradicionales como los denominados nuevos partidos piensan más en clave electoral que en la necesidad de gobernar y pactar soluciones para los españoles, presos de este enorme laberinto en que deambulan los partidos. Es hora de que quienes comparten valores constitucionales entiendan que no pueden tener el país paralizado desde octubre de 2015.

Y como guinda, Ciudadanos y Podemos abren un nuevo debate sobre la necesidad de reforma del sistema electoral vigente que les perjudica, ya que refuerza a las organizaciones mayores y complica la representación de las menores de ámbito estatal (no así los partidos nacionalistas que concentran sus votos en sus zonas de influencia). Un ejemplo más del distanciamiento de los políticos de la sociedad. Pensiones, paro, desigualdades salariales, sanidad, educación, becas, autónomos... parecen cosas menores como para sentarse e iniciar las reformas pendientes que tiene España. Pero ahí siguen, perdidos en su laberinto electoral y con ganas de cambiar la ley electoral. Vaya tropa.