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Pensamiento único

Estamos asistiendo a un peligroso discurso de demonización del sexo que es más contraproducente para la mujer de lo que se piensa. La infantiliza, la convierte en un ser débil al que proteger y acabar imponiéndole lo que está bien y lo que no. El gran riesgo del pensamiento único es que anula la propia esencia del pensamiento que, como cantaba Ana Belén, era estar siempre de paso, sin tomar asiento. Nos hemos acostumbrado a calificar de pensamiento único los argumentos de la clase dirigente, sea política o económica, y sus tesis más conservadoras, esas que hay que romper a base de pico y pala. Pero hemos ignorado que cualquier reflexión, por razonable e innegable que sea, puede convertirse en un pensamiento único en el instante en el que anule el debate y convierta sus hipótesis, autovalidadas en la repetición, en dogmas.

La semana pasada, a raíz de una entrevista que me hicieron en El Asombrario con motivo de la publicación de mi libro de artículos Algunas razones, sufrí el ataque implacable e irracional del pensamiento único. Me preguntaron por el #MeToo y contesté. Dije que ese movimiento nace de una realidad repulsiva, la de un importante abusando de su poder, pero que no podemos analizarlo pasando por alto la hipócrita moral estadounidense, la misma que persigue un pezón femenino pero encumbra un arma de fuego. Y ese puritanismo estadounidense había encontrado, al abrigo de esa campaña, un espacio para ir diseminando, como la lluvia fina que nadie percibe hasta que te cala, un discurso muy peligroso de demonización del sexo que, a mi entender, es más contraproducente para la mujer de lo que se piensa. La infantiliza, la convierte en un ser débil e ingenuo, incapaz de responsabilizarse de sus propias decisiones, alguien a quien proteger y en ese momento aparecerán los guardianes de la moral para decirte lo que está bien y lo que no, cómo debes vestirte, cómo debes relacionarte, cómo debes pensar, con el único fin de protegerte. Por eso estoy más a favor de la corriente de pensamiento de las mujeres francesas o de la opinión de la escritora Margaret Atwood, a quien ya han definido como «mala feminista».

Acto seguido recibí una oleada de ataques en los que se me se me insultaba, amenazaba e incluso hubo quien se atrevió a decir que lo que había que hacer era dejar de comprar mis libros. No contesté a ninguno de esos ataques pero me entristeció enormemente comprobar que hemos perdido toda capacidad de debate, de observación y análisis. Que se nos llena la boca con la palabra diálogo pero nadie desea dialogar. Queremos imponer nuestro punto de vista sin tan siquiera escuchar el de los demás. Y para ese fin viene muy bien construir un pensamiento único que aniquile todo aquello que no cumpla con sus expectativas. Ese pensamiento solo germina cuando se ha cerrado el universo del discurso, como explicaba Marcuse. Así, difícilmente contribuiremos a una sociedad más justa.

La mayor parte de esos ataques estaban firmados por mujeres. Llegué a pensar que realmente eran hombres, bajo seudónimos femeninos, que lo que pretendían era deslegitimar el discurso feminista con un lenguaje irracional y agresivo, impermeable a la reflexión cuando, si en algo nos llevan ventaja las mujeres, es en que llevan siglos reflexionando sobre ellas, algo que el hombre blanco occidental y heterosexual no ha precisado jamás.

No se puede estar a favor de Weinstein ni de nadie que abuse de otro ser humano. No es no. Todos lo tenemos claro, salvo algún miserable. Pero aprovechemos el debate para crecer. Hablo de puritanismo porque todo se ha genitalizado, se ha convertido en una persecución que considera que el problema radica en el sexo, ignorando los códigos de seducción, de acercamiento, de interés, que son tan particulares como individuos pueblan el planeta. La verdadera cuestión es el poder, el desequilibrio y la desigualdad como excusa, el uso que se hace de esa autoridad, en todas sus manifestaciones, incluida la fuerza física, para someter a otra persona y obligarla a hacer algo que no desea. Asisto a abusos de poder a diario y no hay ninguna connotación sexual en ellos. Solo poder y sometimiento. Pero de eso no se habla. Solo se habla de tetas, de culos y de pajas. Como si ese fuese el problema, ignorando que no es un problema sexual, ni de seducción, ni siquiera del interés que dos adultos puedan tener en su encuentro sexual más allá del mero placer, sino de una cuestión de poder.

Por eso creo que tras una causa loable se está filtrando el puritanismo. Porque convierte a la mujer que sube a una habitación en una víctima inconsciente, en un ser débil al que proteger y educar, para evitar que se le cuestione su conducta sexual, cuando en realidad esa mujer es libre de subir a esa habitación, no tener sexo o tenerlo si le da la gana e incluso interrumpirlo a mitad del encuentro porque así lo desea. Porque el sexo no es el problema. Pero en una sociedad como la estadounidense, sí. Y en este aspecto, hay un pensamiento único que coloca a la mujer en permanente estado de desequilibrio frente al hombre y creo que eso le hace un flaco favor a su libertad sexual e ignora el problema real: el abuso no es sexual, es de poder.

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