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Motivos imperiales

Los archivos del Pentágono no es, a mi juicio, una película tan inteligente y redonda como Lincoln, del mismo Steven Spielberg, pero es más que aceptable y en los momentos decaídos cuenta con el valor seguro de Tom Hanks y la siempre colosal Meryl Streep. En los detalles más pequeños, asoma el talento, como en la crítica soterrada al machismo de las redacciones, sin contar al personaje del redactor mindundi a quien se le cae encima la exclusiva o el conmovedor retrato de Robert McNamara, un político que participa en la ocultación de las razones y el recorrido de la guerra del Vietnam, pero prefiere que todo quede por escrito seguro de una futura catarsis y regeneración. ¡Igual que nuestros generales africanistas, neandertalianos y cejijuntos!

Era el tema de moda, entonces, tanto que la revista de humor Hermano Lobo se inventó el personaje y la sección de Los casettes de Mac Macarra que nos contaba sus penas y júbilos tratando de arrimarle taller al género nacional y extranjero, montado en una Derbi. Ahora, muchos años después, Spielberg, tal vez consciente de que la épica americana ya no da más que para contarnos, otra vez, el desembarco de Normandía, la liberación de los campos de exterminio y el triunfo de la prensa libre sobre un gobierno mentiroso y corrupto, nos muestra, con una inusual claridad, el tendón de Aquiles de los medios de comunicación.

Política y prensa comparten sistema de irrigación, como los órganos pegados de los siameses. Son planetas gemelos con la particularidad de que uno de ellos es mucho más denso, grávido y de apetito atroz. Adivinen cuál y cuídense. De ahí que estos periodistas heroicos reconozcan, en momentos de lucidez, que se subían a los yates, compartían vacaciones o jugaban al golf con los mismos fementidos a los cuales concedieron crédito por flojera de espíritu, comodidad o simple camaradería. Y los papeles de McNamara cuentan travesuras al lado de las infamias que reveló WikiLeaks. Por cierto, Julian Assange sigue preso en la legación ecuatoriana en Gran Bretaña, campeona de la democracia, ¡oh!

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