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Por la boca muere el pez

Igual que cada vez que habla Francisco Camps sube el pan, cuando habla Irene Montero ocurre tres cuartos de lo mismo. Entre bocachanclas anda el juego. Hay un proverbio árabe que dice que somos dueños de nuestros silencios, pero esclavos de nuestras palabras. Y hay quienes, en ocasiones, se echan tierra encima por no saber callarse a tiempo.

No se puede decir tonterías y quedarse luego uno tan pancho, como si en realidad hubiera dicho algo digno de ser tenido en cuenta, o de pasar nada menos que a engrosar la lista de palabras del Diccionario de la RAE. A la mayoría de las mujeres, que no hacemos de la demagogia nuestra profesión, nos molesta que haya otras que hagan planteamientos superficiales en la presunta defensa de los derechos de todas las mujeres, lo que no es si no un insulto a nuestra inteligencia. Como si la igualdad real entre hombres y mujeres dependiera del género de las palabras que precisamente tienen género neutro, como por poner un ejemplo el nombre de portavoz, malamente utilizado por Montero en estos días. Por cierto, en el diccionario de la Lengua Española se define portavoz como «persona que está autorizada para hablar en nombre y representación de un grupo o de cualquier institución o entidad». Aparte de que los portavoces hayan de hablar con propiedad, lo que implica un necesario dominio de la lengua y del significado de las palabras que emplean, obviamente los partidos han de elegir para estos menesteres a quienes sean acreedores de tal encomienda. Así que la culpa no es sólo de Montero, sino que la tiene in eligendo su partido.

En cuanto a Camps, sin duda es actor vocacional en el fondo de su ser. Ya lleva tiempo venido arriba en esto del drama, porque lo de sus declaraciones altisonantes viene desde el juicio de los trajes, cuando miraba al cielo en actitud orante, como si estuviera tocado por la mano divina. Y es que él, antes muerto que sencillo. Camps mantiene que su reputación está absolutamente intacta para muchas personas, que puede que sea como él dice, pero incluso llega a afirmar que para sí mismo, lo que no es sino un gesto ya un poco histriónico. En este sentido, creo que confunde el prestigio, que es la consideración en que se tiene a alguien o algo, con la autoestima. Pero sin duda lo peor no es cómo emplea determinados términos el expresidente de la Generalitat Valenciana, sino su forma de ser. Al margen de lo que resulte de los procesos por los que está siendo investigado, le falta modestia y eso difícilmente lo perdona el gran público.

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