La ruleta está en marcha. Quedan dieciséis meses para las elecciones municipales que, salvo sorpresa prevista por algún vidente estrafalario, volverán a coincidir con las autonómicas. A la espera de que se formalicen las candidaturas, con la incógnita de saber qué hará Izquierda Unida, las encuestas comienzan a jugar su papel como adelantos de lo porvenir. Ha pasado el tiempo en que Rafael Blasco publicaba en la prensa adicta las victorias del Partido Popular con una exactitud de pitoniso. La incertidumbre se ha instalado en el sistema político con la llegada de nuevos contrincantes que ansían desbancar a los dos partidos hegemónicos de finales del siglo XX y, aunque se espera el descalabro de la marca de Podemos, la convergencia con el partido de Alberto Garzón puede atenuar el descenso en la Comunitat Valenciana.

De todas formas, desaconsejo hacer excesivo caso de los sondeos. Suelen halagar al contratante de la misma forma que las cadenas televisivas magnifican los acontecimientos deportivos que emiten y ponen por las nubes los programas de su parrilla. Quien paga manda engordar a unos y empequeñecer a otros. Además, si finalmente se rompe la barrera del cinco por ciento para entrar en Les Corts, adscribir los escaños con exactitud será más complejo.

Por el momento, hablando en términos generales, se prevé una dura competencia entre los potenciales socios del futuro gobierno. Un bloque que podemos definir como de derechas, liberal conservador sería más apropiado, donde Ciudadanos intentará arrebatar la supremacía al Partido Popular. Y otro de izquierdas que resulta de más difícil clasificación por ser más heterogeneo, donde el PSPV y Compromís se juegan la primera posición de manera ajustada. Nadie aspira a gobernar en solitario aunque dirán que es su aspiración. Hablarán de victoria solo para rivalizar con los demás partidos.

Sin embargo, la situación no parece depender de lo que hagan aquí quienes ocupan cargos autonómicos. Una vez más, el factor decisivo será el clima político de España en su conjunto donde las cuitas de la Comunitat se diluyen. Una cuestión que entusiasma más a Ciudadanos que a ninguna otra candidatura, pues si no comete errores de bulto puede seguir el rebufo de Inés Arrimadas. Basta con ver dónde pusieron a Isabel Bonig en la foto de familia al finalizar el acto de líderes autonómicos del PP o la nueva composición del PSOE que preparan en Ferraz para restar autonomía a las federaciones, sin olvidar que la gente asocia más a Mónica Oltra con Pablo Iglesias que al propio Antonio Estañ, probable cabeza de cartel de Podemos.

Así pues, es de suponer que Ximo Puig mantendrá el perfil bajo y se cuidará mucho de disolver el parlamento, confiando en que la ciudadanía valore un silencio que podríamos llamar monacal en contraste con el histrión Francisco Camps. Algo que intentó Alberto Fabra con nulo resultado, pues eran del mismo partido. Una apuesta arriesgada pero él parece tener la fe de los anacoretas y supongo que nadie del entorno, salvo Joan Lerma, osará llevarle la contraria.