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Una columnista habitual de la prensa acaba de publicar un artículo que con toda probabilidad se ajusta a la opinión de una gran mayoría de ciudadanos. En él, defiende la necesidad de perseguir con la mayor severidad posible a los hackers, esos ladrones que se apoderan no sólo de nuestros ordenadores sino incluso de nuestros datos personales con el fin, casi siempre, de hacerse con nuestro dinero. La propuesta de la columnista, Ana Merino, consiste en castigar a esos miserables que amenazan de continuo con arruinar el mundo global al que nos ha llevado la red de redes, internet, impidiéndoles acceder a las herramientas con las que llevan a cabo sus delitos: que no puedan comprar ordenadores, ni teléfonos inteligentes; que no se les permita el acceso a internet. Ya digo que cualquiera se apuntaría al paraíso digital de un mundo sin hackers. El problema consiste en saber cómo se consigue semejante objetivo ideal. Los delincuentes de la red son por definición huidizos, inidentificables. No hay medios eficaces para perseguirles y condenarles; de hecho, si fuese fácil dar con ellos, su amenaza desaparecería. Pero incluso de tener las armas necesarias para controlar a semejantes individuos, ¿serviría de algo aplicarles el castigo que Ana Merino sugiere? En mi opinión, no. Nuestro mundo permite hacerse con casi cualquier mercancía saltándose todos los controles. Para un hacker desposeído de sus derechos digamos informáticos le sería sencillísimo que cualquier amigo suyo comprase una nueva computadora. Una vez en manos del sinvergüenza, podría éste detectar las redes wifi cercanas a su casa. Y de ahí a colarse en la de un vecino, incluso si está protegida por una contraseña, hay un paso diminuto. Ana Merino es profesora, poetisa y dramaturga. Son con toda probabilidad profesiones que están entre las hermosas del mundo anterior a la llegada de internet. Pero también son oficios que tienden a una visión optimista de la naturaleza humana, heredera del pensamiento de Rousseau. Tal idea lleva a considerar que existe una gran masa de personas buenas y fiables a las que unas pocas ovejas negras amenazan. Pues bien, me temo que semejante sociedad de buenos salvajes bien educados llegó ya a su fin, si es que ha existido alguna vez. Lo que nos rodea se describe mucho mejor bajo la óptica de Hobbes -ya saben, el hombre es un lobo para el hombre, con perdón para los lobos-, una filosofía contraria por completo a la de Rousseau. A lo mejor resulta, pues, que los hackers son el complemento obligado de la red de redes y no hacen sino completar el círculo de la globalización. Suponen un efecto secundario inevitable y, para acabar con ellos, habría que destruir desde las redes sociales a los móviles inteligentes, y tal vez internet. Me apunto.

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