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Las portavozas de las miembras

El viernes pasado, Irene Montero me arrancó la primera carcajada del día con su «portavoza». A renglón seguido, me sentí culpable por primera vez en el día porque un sector del feminismo denunció que atacamos con saña a las mujeres que dicen disparates y somos indulgentes cuando los que dicen chorradas son los hombres. Puede ser. Desde luego, muchos fueron indulgentes cuando a MarianoRajoy le dio por contestar «no nos metamos ahora en eso» a la pregunta de si el Gobierno propondrá medidas para acabar con la brecha salarial que sufren las mujeres. «Uy, qué dices, ¿tú estás loco?», vino a replicar el presidente. Es que le salió del alma. Obviamente, al día siguiente tuvo que rectificar y declaró que «daremos todas las batallas para que estas situaciones sean menores». O sea, que pasó de estar cómodamente instalado en los palacios de invierno al fragor de la primera línea de batalla en veinticuatro horas. Bravo, presidente.

Algún asesor de las docenas que pululan alrededor de Rajoy debió de informarle en seguida de que Islandia, Reino Unido o Alemania ya han aprobado medidas legislativas para igualar salarios y oportunidades entre hombres y mujeres. También le debió de decir, «presidente, con todo respeto, recuerde que la Comisión Europea ha emitido una recomendación para que los Estados miembros intervengan en este tema».

A lo que íbamos, queridas portavozas y miembras (y aquí incluyo a los lectores masculinos): ya sabemos que la estructura social y política modela el lenguaje y que quienes redactaron las normas del español fueron hombres. El patriarcado es transversal (la palabra está de moda y en algún sitio hay que meterla) y se filtra por las rendijas de todos los aspectos de la vida, también en el lenguaje. Pero ya somos adultos y capaces de distinguir qué es lo importante en el discurso feminista y qué es lo accesorio.

Hace unas semanas, un sindicato policial denunciaba que las unidades de protección a las víctimas de la violencia doméstica estaban «asfixiadas» en todo el país. Eso es importante. Dotar de más medios a la policía es urgente e inaplazable, como lo es que el Estado se asegure de que no haya mujeres que estén sufriendo malos tratos en el seno del hogar por culpa de la dependencia económica hacia sus agresores.

Es muy, muy importante que se cumplan las órdenes de alejamiento y que la policía cuente con los medios para hacer que se lleven a cabo las decisiones del juez. Es indispensable educar a nuestros hijos para que crezcan asumiendo la total igualdad entre hombres y mujeres y el respeto que ambos deben tener hacia el cuerpo del otro, y esa educación tiene que empezar en casa. A mi hijo de trece años no le gusta que le dé charlitas sobre educación sexual, así que debo ser muy concisa en el mensaje porque me interrumpe en seguida. Mi consigna es, pues, muy breve: utiliza preservativo y recuerda siempre que no es no y punto pelota.

Es primordial que las mujeres podamos interrumpir nuestro embarazo libre y gratuitamente y que se rompa de un martillazo el dichoso techo de cristal que no nos deja acceder a puestos de poder o decisión. Es urgente que se habiliten medidas para hiperproteger a las mujeres que denuncian agresiones como las presuntamente perpetradas por la manada. Eso es lo importante.

Ahora bien, si lo que queremos es quitar el foco de lo sustancial y perdernos en debates absurdos sobre «los ciudadanos y las ciudadanas» y en hasta dónde puede llegar un hombre o una mujer para seducir al objeto de su interés, le hacemos flaco favor a un feminismo adulto. De hecho, el otro día venía en el periódico la noticia de que unos señores habían sido objeto de tocamientos «en la espalda y en el trasero» por parte de una política californiana activista del movimiento MeToo. Al parecer, Cristina García se había tomado dos margaritas bien cargados y le hizo una proposición sexual explícita a un señor que no quiso revelar su identidad. Aparte de la incomodidad que supone que se te pegue una chica piripi y cariñosa en una fiesta, tampoco veo yo la gravedad del asunto, pero son norteamericanos y allí las cosas son diferentes. Menos en lo que tiene que ver con la violencia o las armas, en eso son muy permisivos. Yo no deseo que importemos esos valores de puritanismo en lo sexual y tolerancia en lo que tiene que ver con la violencia.

El mismo día de la información acerca del presunto abuso, se producía también este titular: «Responsables de Oxfam encubrieron orgías con prostitutas en Haití tras el terremoto». Díganme ustedes, leídas ambas noticias, a quién hay que proteger, quién es el indeseable, en dónde hay que poner el foco, dónde está el debate, qué valores defendemos. Qué es lo importante.

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