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Alfons García03

No quiero tener peso en Madrid

Cada cierto tiempo reaparece la matraca del peso en Madrid, «el centro en la toma de decisiones». Esta misma semana los valencianos íbamos a clavar tres picas en la capital en solo tres días y parece que hemos tocado en hueso si de lo que se trata es de la repercusión fuera del ámbito estrictamente valenciano. Al menos, uno de los tres actos, la entrega del manifiesto por la financiación justa que iba a tener lugar el martes en el Ministerio de Hacienda, se anuló por falta de unidad de los convocantes. Un sonrojo menos. En los otros dos, la mesa redonda con todos los portavoces parlamentarios valencianos y la reinauguración de la oficina de la Generalitat en Madrid gracias a una innovadora fórmula de diplomacia público-privada (la Fundación Conexus que preside Manuel Broseta es la que coordina el noble local reabierto), el paisaje fue similar: presencia mayoritaria de valencianos en Madrid (diputados, algunos empresarios y exministros fundamentalmente) y algunos desplazados desde València para la ocasión. El resultado: poquísima, por no decir nula, repercusión en la prensa de la corte.

Si lo unimos a las vueltas que se le sigue dando a la idea de llevar a unos miles de valencianos a manifestarse en Madrid contra la infrafinanciación, nos encontramos con el trauma recurrente de que parece que no somos nada si no se nos reconoce en la capital. Nos flagelamos si no tenemos ministros y brindamos cuando a un señor de aquí (lo normal es que el escogido suela hacer más vida allí desde hace tiempo) lo hacen secretario de Estado.

Utilizamos el peso en Madrid como vara de medir nuestra autoestima e ignoramos el ejercicio de subordinación que supone esta forma de pensar. Como si necesitáramos ser reconocidos por el otro para existir como grupo. Ya empieza el himno con eso de ofrendar nuevas glorias a España (podríamos decir Madrid).

Alguno dirá que estos actos son gotas con las que el problema valenciano va calando en Madrid. Ojalá, pero uno, si puede elegir, prefiere equipararse a los vascos, por ejemplo, a los que no se ve midiendo su peso en Madrid. Lo tienen sin necesidad de preocuparse por él debido a la potencia industrial y económica que representan.

Es verdad cuando Ximo Puig dice que el problema valenciano hoy está situado en España. Se conoce la situación de falta de recursos y su maltrato con respecto a otros territorios, pero cuesta creer que estas gotas en Madrid hayan servido de mucho para ese resultado. Ha servido más, mucho más, la posición firme en los foros donde tocaba y que en otros tiempos se echó en falta (la conferencia de presidentes, los consejos de política fiscal, las comisiones de expertos...) y los acuerdos unánimes de todos los partidos alcanzados en la C. Valenciana. Creo más en las gotas del trabajo constante en los lugares que corresponde que en el exhibicionismo colectivo. Creo más en ser algo por el esfuerzo callado de años que en la tendencia a ser en la medida en que se nos reconoce allá lejos. Y quien dice Madrid, dice Barcelona para algunos colectivos culturales, aunque esa propensión hoy parece en decadencia. En definitiva, la identidad no debería necesitar premio. Lo dicho, al menos mis 67 kilos (en expansión) no los cuenten.

Enriquecimiento injusto. El PP anda en la espiral de intentar hacer ver y creer que no tiene la exclusiva de las causas judiciales. Las cosas claras. Las investigaciones sobre el PP son por corrupción de tomo y lomo: financiación ilegal del partido (Gürtel o Taula) y saqueo del dinero público por algunos de los suyos (Cooperación). Lo que denuncian de Oltra, Marzà y Alcaraz no es corrupción. El enriquecimiento injusto suena peligroso, pero puede resumirse como una prórroga encubierta de un contrato ante la falta de autorización de crédito para sacarlo a concurso público. Era un recurso común con el PP y en 2016, tras el cambio, lo seguía siendo. Un uso similar tiene el fraccionamiento de contratos, también objeto de denuncias del PPCV. Ambas prácticas no son corrupción, vale, pero el Gobierno del Botànic no puede agarrarse a ese argumento y a que con el PP ya pasaba para perpetuar lo que no deja de ser un procedimiento censurable. Lo era antes y lo sigue siendo ahora. Aquí y en Madrid.

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