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Vidas invisibles

Es posible que la inmensa mayoría de las vidas sean invisibles, imperceptibles, que transcurran como transcurre lo meramente biológico

La vida es solo eso, un rato al sol. La tarea del hombre consiste ir bebiéndose los años y procurar que no se le haga tarde para vivir. Un día te nacen y al otro una esquela breve en el diario da cuenta del fin de tu trayecto. No hay nada extraordinario en esto, es lo más frecuente del mundo. Todos los días nace gente y muere gente y el orden del universo permanece inalterable. Ya lo intuyó el gran Juan Ramón Jiménez: "Y yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando".

Es posible que la inmensa mayoría de las vidas sean invisibles, imperceptibles, que transcurran como transcurre lo meramente biológico. Eso, a juzgar por los mínimos datos que tenemos, debió pasarle a un vecino de Barcelona, de nombre Emilio, a quien sus poco considerados deudos han despedido con una esquela en el periódico La Vanguardia que decía, textualmente: "Hijo de Pilar y Emilio. Deja este mundo sin haber aportado nada de interés. Creyente en un Dios que espero que exista. Sus primos y demás familia lo comunican a sus amigos y conocidos, y les ruegan un recuerdo en sus oraciones".

No sabemos mucho más de esta historia, si este hombre lo quiso así conscientemente, si prefería irse sin epitafios ni despedidas, que nadie le echase en falta porque ya nadie le recordase, ser humo mucho antes de ser cenizas, o es que simplemente no dio para más. Pero es evidente que la vida de Emilio no fue muy apreciada ni su muerte muy sentida. Es terrible que, después de haber residió en la Tierra 77 años, lo único que se diga de ti es que "deja este mundo sin haber aportado nada de interés". Sin embargo, es difícil asumir que fuese así, porque equivale a aceptar que hay vidas perdidas, inútiles, vanas. Aunque de Emilio sólo sabemos que apenas fue, me pregunto dónde está la memoria de sus días vividos, sus ratos de dolor y de alegría, si será verdad que su vida estaba construida desde el principio con la ceniza del olvido, ese mismo olvido al que todos estamos convocados más pronto o más tarde.

Sea com fuere, alguien debió explicar a los primos de Emilio que no se ha de tener rencor a los difuntos, que no hay venganza más cobarde que la ejercida sobre quien ya no puede responder. Quizás su vida fuese una de esas vidas invisibles, anodinas, vacías de casi todo, pero es de una inmensa crueldad decirlo a estas irremediables alturas, cuando la piedad, si no puede ser el respeto, debería hacernos guardar silencio.

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