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Orwell y el 80 % de deuda en manos de Montoro

La última semana ha venido marcada por la idea de que la Generalitat Valenciana (GV) no aceptará ningún acuerdo sobre la reforma del sistema de financiación si no incluye una compensación de la deuda. El conseller Vicent Soler fue contundente: «La Generalitat no aceptará ninguna solución de futuro que no pase por solucionar los problemas del pasado [la deuda]». Ignoro si ha leído con profundidad a George Orwell, pero emuló al autor de 1984: «El que controla el pasado controla el futuro y el que controla el presente controla el pasado».

¿Qué ha ocurrido para que, de repente, la deuda de la GV haya desplazado al tema estrella del modelo de financiación?

Un dato: más del 80 % de la deuda de la GV ya está en manos del Tesoro.

Una obviedad: las deudas se pagan. En 2012, las emisiones de deuda de muchas comunidades autónomas (CC AA) ya no eran aceptadas por los mercados y el conseller catalán Mas Colell, hoy cabeza de los gurús económicos del independentismo, convenció a un angustiado Cristóbal Montoro para que pusiera en marcha, con la ayuda del Banco Central Europeo, el Fondo de Liquidez Autonómico (FLA). Entonces, la aplicación de un artículo 155 financiero era una solución demasiado desagradable. El FLA es un conjunto de préstamos a diez años con dos de carencia, a los que coyunturalmente se añadieron unos intereses poco menos que nulos. Los años pasaron, Cataluña empezó a abandonar el barco, los plazos de carencia se agotaron pero los préstamos no se pudieron pagar.

A la espera de un nuevo modelo de financiación, por ahora una fantasía orwelliana, el FLA todavía es un mecanismo que permite mantener la ficción financiera de muchas CC AA. Así en 2018 no sólo sirve para hacer frente a los déficits previstos, sino para dar la impresión que se pagan amortizaciones e intereses de otros años. Cataluña necesita un total de 9.349 millones del FLA, de los que 5.454 millones (el 58 %) se usarán para cubrir préstamos del propio FLA: 833 millones para la amortización del fondo de 2012; 1.352 millones al de 2013; 989 millones al de 2014; 1.412 millones al de 2015, etcétera, sin olvidar otros 819 millones de los mecanismos de pago a proveedores. El 42 % restante de la petición de FLA viene de la cantidad destinada a cubrir el objetivo de déficit (del 0,4 % del PIB, en un principio) 923 millones; de los vencimientos de bonos y préstamos de entidades financieras, 2.937 millones y otros 125 millones para hacer frente a la liquidación negativa de otros años.

Nuestra situación es semejante. El FLA para el primer trimestre de 2018 consta de 3.477 millones para Cataluña y 2.307,1 para la Comunitat Valenciana. Efectivamente, como dice el Consell, el pago de la deuda debería ser en 2018 la segunda conselleria de la GV, pero en realidad es una virtualidad embebida en los presupuestos. No vamos a devolver un solo euro, simplemente pediremos más FLA para ello. En meses, el 100 % de la deuda en Madrid.

Una historia de cinismo. El Gobierno de España es incapaz de afrontar la financiación autonómica. Primero, la promesa de solucionarlo en 2017, para terminar el año sin tener ni siquiera un atisbo de propuesta. Siguió con la irresponsabilidad de ligar la solución de un tema estructural como es éste, a los votos de una cuestión coyuntural como son los Presupuestos de 2018. Después, habló de una quita, una idea que duró pocos días. A continuación, apareció la conversión en deuda permanente que nadie supo concretar ante la inexistencia de un no menos orwelliano gobierno en Cataluña. Y en el momento de escribir estas líneas la última ocurrencia habla de una condonación de 5.000 millones de intereses del FLA.

Cuando este rigodón amenazaba con ser letal, Montoro tuvo, al menos, un rasgo de lucidez sobre su papel orwelliano: «Realmente no hay ningún interés por parte del Estado de financiarse sobre esa deuda, que es una deuda entre administraciones, más bien al contrario; lo que hay que hacer es disponer de esta relación de deuda entre Estado y comunidades autónomas para facilitar la financiación de éstas».

Un Gobierno de concentración. Lo que sigue, se escribe desde la duda y el temor. El Nobel Daniel Kahneman, en su bestseller «Pensar rápido, pensar despacio» mantiene la tesis que nuestra mente está compuesta de dos sistemas de pensamiento muy diferentes, el Sistema 1 y el Sistema 2. El Sistema 1 es la parte intuitiva, rápida y emocional de nuestra mente. Los pensamientos llegan de manera automática y rápida al Sistema 1, sin que hagamos nada para que sucedan. El Sistema 2 es la parte más lenta, lógica y deliberada de la mente. Es donde evaluamos y elegimos entre múltiples opciones, porque solo el Sistema 2 puede pensar en varias cosas a la vez y cambiar su atención entre ellas.

El Sistema 1 generalmente funciona al desarrollar una historia coherente basada en las observaciones y hechos a su disposición. Este sistema, más intuitivo, es en realidad más influyente en nuestras decisiones, elecciones y juicios de lo que en general nos damos cuenta. Si bien el Sistema 1 permite actuar rápidamente, es propenso a cometer errores. Tiende a ser demasiado confiado, creando la impresión de que vivimos en un mundo que es más coherente y más simple que el mundo real. Suprime la complejidad y la información que podrían contradecir su historia coherente, a menos que el Sistema 2 intervenga porque se da cuenta de que algo no se siente del todo bien.

Los españoles estamos ante un conflicto con dos ejes, uno derecha-izquierda vetusto pero global; otro más doméstico el territorial. El Sistema 1 nos lleva a prepararnos para una especie de batalla civil. El Sistema 2, menos ideológico, invita a buscar un gobierno de coalición ante la gravedad del problema.

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