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Matías Vallés

Rivera no es Macron, pero servirá

Dan Quayle, tal vez el peor vicepresidente de Estados Unidos, en el cuatrienio de George Bush padre, se defendía en el debate vicepresidencial de campaña de los dardos lanzados sobre su bisoñez. «Tengo tanta experiencia como Jack Kennedy», se jactó. Ante lo cual su rival Lloyd Bentsen, a la postre derrotado con George Dukakis, enhebró una réplica histórica. «Senador, Jack Kennedy era mi amigo y trabajé para él. Usted no es Jack Kennedy».

Durante los treinta años transcurridos desde aquel enfrentamiento, el eslogan «usted no es Jack Kennedy» se ha utilizado para rebajar el ego de políticos engreídos. En la adaptación a la actualidad nacional, «diputado Rivera, usted no es Emmanuel Macron». Y en todo caso, la comparación con el fulgurante filósofo y banquero francés que conquistó el Elíseo en solo medio año corresponde a los analistas externos, no al imitador español.

Nunca remiso en la parcela de la autoestima, Rivera aprovechó una entrevista con The Economist para equipararse no solo a Macron, sino asimismo a Justin Trudeau y a Matteo Renzi. Se quedó a un paso de igualarse a Donald Trump, eliminado de su genealogía por motivos obvios. Ante este arranque de cesarismo preventivo, conviene aclarar que todas las figuras citadas ya han gobernado países de primera línea.

Rivera solo ha sido diputado, en el sentido más modesto de esta profesión delegada. Ni siquiera puede hermanarse con ilustres derrotados como David Cameron, que figuraría en su lista de parangones si siguiera en Downing Street. En el engorde hormonado de su figura, el líder de Ciudadanos se asemeja al escritor provinciano a quien un entrevistador obsequioso recordaba que «usted ha sido comparado con Valéry o Auden». A lo que el inmodesto profundizaba «y con Eliot», para redondear su falsa gloria.

Con los métodos atropellados del bricolaje, la derecha española se ha fabricado un Macron. De nuevo, Rivera incidía en las similitudes durante su conversación con el semanario británico. En España, «la gran pregunta es si ocurrirá como en Francia». A saber, si el espectacular ascenso que las encuestas atribuyen a Ciudadanos liquidará definitivamente el bipartidismo arterioesclerótico, el «duopolio» descrito por The Economist.

Rivera no es Macron, pero servirá. La identificación entre ambos se disuelve al leer los discursos del presidente francés, que aspira a competir por su prosa con De Gaulle o Mitterrand. Para equilibrar las celebraciones anticipadas, conviene recordar que el partido emergente de la derecha española ya ha visto rebajadas sus expectativas en dos elecciones prometedoras. Por tanto, el espectacular ascenso de Ciudadanos mide la erosión del PP de Mariano Rajoy y la derrota por incomparecencia de Pedro Sánchez. La irreversibilidad de un landslide o arrollamiento a cargo de Rivera, procede a costa de soslayar que cuenta en la actualidad con 32 diputados. Son significativos, pero no llegan a la mitad de Podemos. Y están a un centenar de escaños de la débil marca de los populares.

Ortega afirma en su Mirabeau que «el político debe tener claro lo que se debe hacer desde el Estado en una nación». Pese a ello, Rivera ha saltado sin estragos aparentes de suavizar las propuestas del PP a endurecerlas, empezando por Cataluña. La liberación del candidato de Ciudadanos se produjo en cuanto pudo despojarse de la incómoda etiqueta socialdemócrata, una voltereta ideológica difícil de encajar con el axioma orteguiano.

Respecto a la claridad exigible al estadista, Rivera da siempre la impresión de hablar por boca de otro, como si estuviera recitando en lugar de describir un plan. Tiene la réplica fácil, pero ha perdido decenas de diputados por parpadear en el instante decisivo, para someterse al paternalismo popular en las dos citas de 2015 y 2016. Los amigos de los precedentes argumentarán que ya acumula las dos derrotas previas protocolarias para acceder a La Moncloa, en la senda de González, Aznar o Rajoy.

En el debe, Rivera dejó sola a Inés Arrimadas en Cataluña, para que hiciera el trabajo duro de enfrentarse en solitario al independentismo. Se erige así en el enésimo ejemplo del varón que se apropia del trabajo femenino sin reconocerlo. El líder de Ciudadanos no se arrugó el traje en las elecciones a la Generalitat. Con todo, su triunfo podría propiciar una solución a la crisis catalana mejor negociada que en la era Rajoy, cuyo único objetivo es permanecer en La Moncloa mientras haya cargos del PP en el banquillo.

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