Parece que fue ayer cuando un país entero reía ante los chistes de cómicos que parodiaban a cualquiera. Hoy, en cambio, presenciamos cómo se somete a reprimenda televisiva, en programa de máxima audiencia, a un reconocido humorista de los últimos años -valenciano, por cierto- por el atrevimiento de haber satirizado en su momento a personajes o colectivos ahora intocables.

No hace tanto que íbamos a ver a Javier Gurruchaga y su orquesta Mondragón, y bailábamos con sus canciones, muchas de ellas burlescas. La puesta en escena incluía a personas con enanismo, muñecas hinchables, travestis, mujeres obesas... Hemos conocido la magia del rock en directo de sus Satánicas Majestades, contemplando cómo surgían dos muñecas más que voluptuosas en el mágico escenario rollingstoniano. De sus letras, mejor pasar página.

Ejemplos vividos en primera persona a los que podrían sumarse muchos más protagonizados por artistas que fueron iconos juveniles, de movidas y del progresismo más puro, pero que hoy no podrían repetir sus éxitos. Basta un pequeño esfuerzo para rememorar nuestras canciones preferidas un par de décadas atrás para darnos cuenta de que muchas serían tildadas hoy de denigrantes.

Y es que hay ritmos, giros y tendencias en la sociedad actual que se antojan demasiado rápidos, incluso parecen forzados. No se trata de negar la mayor y reconocer que cosas que nos parecían bien hace años, ahora están fuera de lugar. Pero debe prevalecer el sentido común. Una aceleración desmesurada de los tiempos, una intensidad exagerada en la revisión de los cánones, un impulso artificial de determinados cambios puede llevar a un mal entendido progresismo, y a que ni sus propios promotores sepan discernir si la danza de vientre, por ejemplo, encorseta o empodera a la mujer€

Las fiestas falleras, y otras que vendrán, contarán tarde o temprano con una Comisión de Igualdad que velará por el trato que se da en los monumentos a la mujer: sus caderas, sus ropas, sus pelos, sus labios, sus poses, lo que puede insinuar, la intención de las palabras€ Tampoco parece que se vayan a librar las verbenas. Todo debe ser correcto, pero ¿para quién?

A mitad del siglo pasado se escribieron dos novelas futuristas que siguen siendo un referente. En 1984, su autor nos anticipa un gran hermano que controla la sociedad, que todo lo ve, que no permite nada que no sea correcto para el Estado. Un mundo feliz, también escrita en ese período, otorga la felicidad a cambio de sacrificar lo que nos hace humanos. Da la sensación de que vamos camino de eso.