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Amanece, Blasillo

Lo contaba un compañero de cole de uno de los ocho hermanos de Antonio Fraguas: «Muchas veces al salir de clase iba a casa de Rafael. Disponían de un cuarto en el que se podía pintar en las paredes, algo que para mí era desconocido y fascinante, y allí vi a Antonio de crío hacer sus primeros bosquejos. Una tarde Rafael se puso a dibujar en la pared del aula, vino el cura y le preguntó: «¿¡Tú pintas en la pared de tu casa!?», a lo que el chaval respondió que no solo él sino también su hermano y se ganó una colleja. Levanté la mano para decir que era verdad y me gané otra ´por tonto´, a decir del clérigo».

Ya mocito, Antonio se dirigió a su padre -«una bellísima persona que transmitía sosiego», según el amigo del hermano- y le comentó que quería ser dibujante de chistes en serio, a lo que aquél respondió: «Cuando un dibujo tuyo se reconozca a quince metros». «Yo iba haciendo trazos -recordaba Forges-, lo blandía y, a quince metros, tronaba no. Así una y otra vez hasta que un día escuché sí».

Los lectores del vespertino Informaciones esperábamos con avidez su llegada porque sabíamos que en las entrañas del caricaturista encontraríamos el auténtico editorial y que en dos palabras nos retrataría la situación de fondo. Así, el Forges de la víspera de la muerte de Franco era el reflejo de unos caminantes precavidos oliéndose la tostada: «Al parecer es inminente». «¿Qué cosa?». ¿Qué cosa va a ser?». «¡No me diga!». «Como lo oye». Mientras que en el del 22 de noviembre del 75, Mariano y Concha se cruzan con la maciza de turno y el gachó no se corta a la hora de hacer las presentaciones: «Aquí mi señora... aquí una nueva era».

A menudo los hijos comparten inquietudes por escritores equis, cineastas, cabeceras de periódicos, músicos... y la pasión por Forges. Así el primogénito alertó en el guasá familiar de buena mañana al preguntarse cómo íbamos a seguir amaneciendo a partir de ahora. «¡Gensanta! Pues forgeandro para los restos, jomío».

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