Hablamos de los desafíos a la democracia como si éstos solo se encontraran fuera de nuestras fronteras. La globalización y la internacionalización de las decisiones, parecen ser las grandes contiendas del siglo XXI. Sin embargo, de puertas hacia adentro nos enfrentamos a un gran reto que, sin duda, está poniendo nuestro sistema democrático contra las cuerdas: la pérdida de libertades y la corrupción política. Con la singularidad de que ambas cuestiones emergen desde un mismo epicentro político.

Los últimos días han sido especialmente difíciles en lo que a la quiebra de libertades se refiere. La obra Presos políticos, de Santiago Sierra, censurada por Arco y el secuestro cautelar por orden judicial del libro Fariña, del periodista Nacho Carretero, han venido a ser como la gota que colma el vaso en un contexto en el cual se impone un cerco cada vez mayor a la libertad de expresión. Los conocidos casos de tiuteros ante la justicia, controvertidas condenas penales por las letras de ciertas canciones de rap o aquel famoso espectáculo, en todos los sentidos, de titiriteros en Madrid, son algunos ejemplos de ello.

Protestas como Rodea el Congreso, preferentistas reivindicándose en las sucursales bancarias, escraches a políticos por parte de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), o el movimiento No quiero pagar, de insumisión al pago de los peajes de las autopistas en Cataluña, son algunos ejemplos relativamente cercanos en el tiempo. Un contexto que, de alguna forma, invitaba a favorecer las ansias políticas conservadoras por recortar libertades. Recordemos la Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana aprobada en 2015 y conocida como ley mordaza -muy criticada por organizaciones como Amnistía Internacional- cuya tramitación se inició tras un cúmulo de duras críticas sociales al Gobierno. Un peligroso escenario de acción y reacción sobre el cual conviene reflexionar.

En definitiva, nos estamos enfrentando a recortes sustanciales de un valor tan importante como es la libertad. Construimos las democracias desde la perspectiva liberal, sobre la base de los sistemas representativos y en torno a las ideas de libertad, igualdad y justicia. Principios que legitiman el sistema político. Si el actual Gobierno persiste en esta línea, corremos el riesgo de que la sociedad se acabe preguntando si debe obediencia a un poder que la oprime.

Venimos de una dictadura. No hace tantos años que este país cantaba con Jarcha «libertad, libertad». La Transición no fue fácil, el tributo fue alto. Lo suficiente como para no dejar que, cuarenta años después, se nos arrebate una parte de los cimientos de esta democracia. Por ello, conviene no permitir una involución política de estas características. No practiquemos el silencio frente la quiebra de las libertades.