Cuando uno cruza el Atlántico y visita los países en los que se tiene un gran afecto por España, o como muchos de ellos llaman «la madre patria», se encuentra ahora con la difícil tesitura de responder a una pregunta recurrente: ¿Qué le pasa a España? Y es importante el matiz. No preguntan qué pasa en España.

Más que una pregunta desprenden una sincera preocupación que no es sencilla de contestar. España ha dejado de ser un referente por mucho entusiasmo que generen en el interior la marca España, la soberanía nacional y la unidad de todos los españoles. Buena prueba de ello es el escaso protagonismo político no solo en el ámbito latinoamericano, grave en sí mismo, sino en los principales organismos europeos e internacionales. Un país hermano como Portugal nos ha aventajado y superado en este sentido.

¿Qué le pasa a España? preguntan los hijos de los exiliados que la tuvieron que abandonar en 1939, los emigrantes de los años 40, 50, 60, 70, los nuevos emigrantes expulsados por la reciente crisis económica a los que no se ha sabido dar aquí oportunidades profesionales. Ven a España sin apasionamiento y se informan cada uno en su país de acogida a través de los medios de comunicación locales del incremento en la brecha entre los más y los menos favorecidos; de la inseguridad y precariedad del trabajo; de la deflación de los salarios; de la impunidad de gran parte de las conductas corruptas; de las sorpresas que da en ocasiones la administración de justicia; de la enorme lentitud de los procesos judiciales hasta la prescripción de responsabilidades colaterales; del enorme endeudamiento público por la negligencia y la mala administración en todos los estratos de la Administración del Estado; de la baja calidad parlamentaria de los partidos políticos; del amiguismo reinante y no la buena reputación profesional a la hora de la designación de los cargos públicos; del tanto tienes, tantas posibilidades tienes para que la educación, la sanidad o la justicia no sea igual para todos los españoles; de un partido gobernante financiado ilegalmente y lleno de casos de corrupción queriendo dar lecciones de patriotismo, sin asumir sus responsabilidades políticas; de un partido líder del soberanismo en Cataluña que perdió el norte en el camino del 3 % ayudado por el pacto del Majestic de 1996 cuando José María Aznar, con tal de obtener la presidencia del Gobierno español, hablaba catalán en la intimidad; de las veces que han escuchado el golpe de hoz en el canto de Els Segadors y el golpe de ley de Mariano Rajoy sin que ambos hayan sido capaces de solucionar absolutamente nada.

¿Qué le pasa a España? Resulta difícil que los que han sido y son la causa de los problemas sean los que tengan que proporcionar la solución. Cuarenta años de democracia en los que la clase política gobernante ha sido incapaz de generar una cultura política en la sociedad española a través de la ejemplaridad y la pedagogía, a la par del desarrollo económico obtenido. Un ejemplo clarividente de todo esto es la falta en 40 años de un pacto por la educación. Son los miles de actos médicos diarios en los seguros privados que permiten que la sanidad pública respire razonablemente. Son el callado sufrimiento de las familias de parados y de pensionistas de miseria los que permiten a los demás una vida apacible.

¿Qué le pasa a España? Un exceso de herrumbre y de óxido que la falta de limpieza y de cuidada conservación ha ennegrecido con los años la posible brillantez que existe en su sustrato. Esa necesaria y urgente limpieza es la razón por la cual a derecha y a izquierda se aspira y se necesita una nueva forma de hacer política.