Todos lo sabemos, la situación ha de cambiar. La inmigración ilegal es un problema que afecta al mundo entero, dado que cada año millones de personas abandonan sus países - obligados a arrancar sus propias raíces - para dirigirse hacia Europa o Norteamérica, en busca de lo que la mayoría de nosotros da por sentado: una vida digna, respetable y segura. En concreto, según los datos recogidos por Eurostat (Oficina Europea de Estadística), Europa en 2016 acogió a 20,7 millones de migrantes procedentes de terceros países. Personalmente, creo que el problema no tendrá solución mientras no haya un nivel suficiente de desarrollo en los países pobres. Es decir, si no nos comprometemos a sentar las bases para obtener una equilibrada distribución de la riqueza, este fenómeno nunca dejará de crecer. Esto porque, por un lado, quienes viven en situaciones de extrema dificultad seguirán considerando los riesgos de emigrar inferiores a los de su propia condición; por otro, porque los países ricos no tienen suficientes recursos para recibir a todos los necesitados. Sin duda, abrirles las puertas les ayuda, pero se trata de una solución a corto plazo si no se les puede garantizar un empleo y un techo de manera permanente. En cambio, para proporcionar una ayuda duradera y eficaz, los gobiernos de las naciones más industrializadas deberían invertir en los países con altos índices de inmigración, exclusivamente con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de sus poblaciones.

Cabe destacar que, aunque ya se adopten varias medidas de ayuda, es posible que a los países de primer mundo les convenga mantener a los países no desarrollados en una situación de dependencia, a fin de explotarlos, sacar beneficios y conservar su estatus de potencias mundiales. Con esto quiero decir que, lamentablemente, coexisten una actitud solidaria y otra casi inhumana. De hecho, la mayoría de las veces, la conducta prevaleciente es la de reforzar las fronteras o crear condiciones que desmotiven la inmigración. Un ejemplo relevante viene de Estados Unidos, donde el Presidente Donald Trump decidió invertir en la construcción del muro fronterizo con México, afirmando que "si uno no puede ver a través de él, no se sabe quién está del otro lado". En definitiva, lo deseable sería que todos tuvieran la voluntad de cooperar para fomentar el crecimiento de los países tercermundistas, aunque solamente lo hiciesen para evitar la molestia de que, cotidianamente, una oleada de desamparados llame a sus puertas.

Alessandra Avvisati

Desde Génova, Italia