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Julio Monreal

El puerto le pide relaciones a la ciudad

Como cada cierto tiempo, el Puerto de València ha salido de su inexpugnable recinto para pedir ayuda a la sociedad a la que sirve. La necesidad de planificar la nueva ampliación norte, la última que podrá desarrollar, y la conveniencia de que ese futuro espacio se vea conectado con tierra firme por un túnel para facilitar el tránsito de camiones y contenedores distinto del saturado acceso Sur desde la V-30 ha despertado en los gestores portuarios unos inusuales deseos de relacionarse con su entorno, e incluso de atender algunas de las reivindicaciones históricas de sus vecinos.

El Puerto de València, como subrayan sus responsables, no es un fin en sí mismo. Es un medio que sirve al desarrollo y la competitividad del tejido empresarial valenciano y que extiende su clientela hasta Madrid y Aragón, principalmente. Su actividad, el empleo que crea, tanto directo como indirecto e inducido, su relación preferente con el lejano Oriente y otros muchos factores convierten sus muelles y sus grúas en un agente económico de primer orden e importancia capital para la Comunitat Valenciana, pero toda esa pujanza se soporta sobre un espacio creciente que afecta al entorno y en la relación con su perímetro el puerto hace tiempo que renunció a buscar el consenso y el trato amable para fortificarse en su elevada misión.

En esa endemoniada relación puerto-ciudad, la ciudad lo ha dado casi todo y el puerto no ha dado casi nada. En 1986, con la democracia aún recién nacida, las dos partes firmaron una especie de acuerdo marco para una nueva vida en común, pero muchas de sus cláusulas permanecen aún incumplidas. Nazaret perdió su playa, víctima de la ampliación sur, y aún espera la realización de espacios verdes prometidos entonces; el viejo cauce del Turia perdió su desembocadura, cubierta con una rotonda; La Punta perdió su huerta bajo la piqueta apresurada de una Zona de Actividades Logísticas (ZAL) que aún cría malvas y espera sus primeras empresas; El Saler perdió la arena de su playa por el efecto sombra de la nueva terminal sur; el Club Náutico perdió presencia y acceso...

¿Y qué hizo el puerto por la ciudad? Casi siempre renegar y lamentar ser un incomprendido, aunque las instituciones siempre colaboraron en resolver sus problemas y necesidades. Se le pidieron pocas cosas. Su expansión mar adentro facilitaba la incorporación de la darsena interior a la trama urbana, al barrio del Grao, gracias primero a la urbanización del paseo marítimo (1991) y después a la celebración de la Copa del América de vela (2007) pero las autoridades portuarias pusieron todas las pegas posibles, tardaron una eternidad en ceder la dársena y en retirar la valla de la fortificación. Por fortuna, la dársena es hoy espacio urbano, pero gracias a una cesión por 25 años, no vaya a ser que la ciudad se haga ilusiones para más tiempo.

El puerto vuelve a necesitar ayuda ahora. Su tráfico de contenedores se quedará estancado si no acomete la ampliación norte en el horizonte de ocho años. El espacio ya está delimitado y preparado para ser rellenado, pero la Autoridad Portuaria prefiere explorar el mercado antes de embarcarse en una obra de cientos de millones de euros. No habrá ampliación si no hay grupo inversor privado que se implique en su construcción y gestión. Sin embargo ese no es el único reto. Los gestores públicos y privados del recinto comercial aseguran que no puede haber ampliación si no se construye un acceso al puerto por el norte, un viejo anhelo de las empresas radicadas en l'Horta Nord, el Camp de Morvedre y Castelló, cuyas mercancías tienen que rodear la capital por el bypass y entrar en el recinto por el final de la V-30, su única puerta.

El problema es que el acceso norte al puerto no tiene por dónde pasar hasta los muelles. Los vecinos de los barrios marítimos de la Malvarrosa y el Cabanyal se han negado siempre en redondo a ese paso incesante de camiones portacontenedores y han tenido siempre el respaldo de las autoridades municipales, tanto las de derechas como las de izquierdas. Por eso se abre camino la fórmula del túnel desde la V-21 a la altura de Port Saplaya hasta el puerto. Y por debajo del agua del mar. Un paso submarino de 600 millones de euros para camiones y para garantizar el futuro del puerto.

Para obtener todas las bendiciones ahora son todo sonrisas. El presidente del puerto, el catedrático de Economía Aurelio Martínez, firma ahora con el alcalde Joan Ribó la inminente construcción del parque de desembocadura, un espacio casi tan grande como los Viveros que es el que se prometió a Nazaret hace 32 años; la ZAL, que el alcalde prometió revertir a huerta tras la sentencia que anuló todo su planeamiento, es presentada ahora como una reserva de riqueza y empleo que hay que poner en marcha cuanto antes y ofrecer los puestos de trabajo prioritariamente a las personas de los barrios del entorno, Nazaret, La Punta, Pinedo... Hasta el presidente del puerto se muestra ahora partidario de ceder el edificio del reloj, una joya arquitectónica que la entidad no utiliza, para albergar el museo Sorolla que el Consorcio 2007 de Vicent Llorens trata de poner en marcha con el aval de la Generalitat y el ayuntamiento. Martínez no ha dudado incluso en desautorizar y enmendar la plana a sus asesores, que hace solo unas semanas cuestionaban el proyecto y aseguraban que el edificio nunca sería cedido por el puerto y jamás tendría un uso museístico.

En suma, el puerto trata de ganarse la confianza y la complicidad de su entorno, algo que nunca ha intentado de verdad. Puede que sea porque le interesa para poner en marcha las importantes infraestructuras que necesita. O porque tiene al frente a un presidente que antes de ser portuario fue candidato a la Alcaldía de València y pensó en su momento en medidas y estrategias para una buena relación entre puerto y ciudad desde el otro lado de la mesa. O puede que sea por las dos cosas. La cuestión es que el puerto sonríe con amabilidad, y seguro que eso hará todo mucho más fácil.

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