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Matías Vallés

Murdoch muestra el camino En Cataluña

Tony Blair y Donald Trump se esforzaron más por conquistar al editor Rupert Murdoch que por seducir a sus electorados respectivos, aunque ambos fenómenos eran inseparables dada la pujanza de los medios ultraconservadores del editor más importante del planeta. De ahí que los abundantes comentarios sobre Cataluña en la prensa planetaria liberal, encarnada en The Guardian, Der Spiegel o The New York Times, podían ser descartados por sesgados. En cambio, cuesta hablar de distorsión ideológica cuando editorializan The Wall Street Journal o el Times londinense, cabeceras del empresario australiano ancladas en la derecha más incontrovertible.

Pues bien, el editorial «Royalpolitik» del Times de Londres ha demostrado que los conservadores europeos también se han hartado de la insistencia de Mariano Rajoy en «un comportamiento respecto de Cataluña que pretende ser una exhibición de principios, cuando traduce de hecho una falta de autoconfianza». El periódico conservador propone al Gobierno que «deje de acosar a los separatistas catalanes y negocie por el interés nacional», porque «España no gana en dignidad ni en seguridad con la absurda pantomima de registrar el avión privado de Guardiola».

El mapa de la cabecera más señera de Murdoch, que en su momento fichó a José María Aznar para su consejo de administración, no coincide exactamente con la versión casera del conflicto. «Cataluña está gobernada sin concesiones desde Madrid», al tiempo que «su presidente depuesto vive exilado en Bélgica, mientras otros miembros de su antigua Generalitat están en la cárcel». En efecto, suena con un latido distinto cuando el reconocimiento de la situación insostenible llega desde el extranjero.

El pasado jueves, la ortodoxia volvía a rasgarse las vestiduras ante el reconocimiento de la «legitimidad» de Carles Puigdemont, a cargo de los tres partidos que configuran la mayoría absoluta del Parlament catalán. Se volvía a esgrimir el cepo de la Fiscalía, cuando estas manifestaciones resultan evidentes para un medio tan moderado como el Times, esencia del patriotismo británico. Cabe adjudicar la irritación evidente en su editorial a la esterilidad de los maximalismos, desarrollados por el Gobierno para contrarrestar a un secesionismo que no dispone además de votos para imponer sus criterios.

El diario de Murdoch enfatiza que «Rajoy está empleando un tono erróneo» y que «su estrecha (que no estricta) interpretación de la ley no aborda lo que es esencialmente un problema político». El Times reprocha simultáneamente a los jefes de Estado y de Gobierno el refugio en el Código Penal, para oscurecer los derechos y libertades. En esta línea, «el encarcelamiento a petición del Ejecutivo de activistas independentistas fue simplemente excesivo, y envió un mensaje desalentador a la sociedad civil». Dentro de la misma tentación a sobreactuar, «la ecuación del debate separatista con la secesión es un desafío a la libertad de expresión».

Desembarazarse de las propuestas razonables es más difícil cuando llevan el membrete de una cabecera de la derecha radical. El Times certifica la derrota del pragmatismo esencial en democracia, y propone soluciones. «España debería permitir a Puigdemont y otros líderes que regresaran y entraran en diálogo con Madrid». Tras el regate del último president de Cataluña hacia Jordi Sánchez, no parece descabellado atribuir al diario inglés la sugerencia de una negociación con el candidato preso, que tampoco va a ocurrir.

La arterioesclerosis política no surge de una deficiencia congénita. Basta con sustituir a Puigdemont por Lula da Silva, y los progresistas españoles que se suman con fervor a la decapitación del catalán en las chirigotas gaditanas proceden a exonerar al expresidente de Brasil. Dos condenas consecutivas por corrupción no bastan para llamarlo corrupto, se repiten como una salve las palabras de la líder del Partido de los Trabajadores, «Lula es nuestro candidato, no hay plan B». En efecto, es el mismo argumento despreciado en la Generalitat, así con Puigdemont como con Jordi Sánchez.

Es más fácil pontificar en suelo ajeno, pero Felipe González se lleva la palma, al avalar que líderes guerrilleros con un currículum sangriento de décadas sean candidatos a presidir Colombia, en contra de la opinión de la mitad de los colombianos. Por supuesto, los electos inermes Puigdemont/Sánchez son indignos para el expresidente socialista. Qué gran trabajo habría hecho Adolfo Suárez con este conflicto endemoniado.

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