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Paramos

El próximo jueves, 8 de marzo, mujeres de todo el mundo estamos convocadas a una huelga de producción, consumo y cuidados. Un simple vistazo a las estadísticas sobre desigualdad, feminicidios o violencia sexual debería bastar para comprender la urgencia de este paro colectivo. Pero, en caso de que no sea suficiente, aquí van unas cuantas razones por las que este jueves queremos mostrar nuestro hartazgo hacia un sistema que se empeña en mantenernos en un eterno segundo plano.

Paramos para exigir dinero, poder y cuidados. Vamos, exactamente igual que el otro 50 % de la humanidad. Queremos dinero (o lo que es lo mismo, igualdad salarial, porque, como ya dijo Virginia Woolf al hablar de las famosas «500 libras al año», sin independencia económica somos como un pez en bicicleta. Queremos poder porque para cambiar el mundo, que a fin de cuentas es lo que pretendemos, resulta imprescindible participar en la toma de decisiones políticas y económicas. Y queremos cuidados porque ya toca desterrar para siempre al ángel del hogar y asumir que los proyectos vitales -llámese casa, hijos enfermos, camisas limpias o familiares dependientes-pertenecen por igual a todos aquellos que los habitan.

Paramos porque estamos hartas de volver a casa con las llaves en la mano a modo de puño americano y el móvil en la oreja fingiendo tener una conversación que desanime a posibles atacantes. Hartas de que nos chisten y nos gruñan en la puerta de los bares. Paramos porque reivindicamos nuestro derecho a movernos solas y en libertad, sin sentir que merecemos un diploma al valor cada vez que cruzamos el umbral de nuestra vivienda.

Paramos por todas aquellas que no pudieron parar. Por esas generaciones que tuvieron que vivir en los márgenes de la historia. Aquellas a las que enseñaron que el amor equivalía a sacrifico y abnegación, las mismas que dedicaron toda su existencia a ocuparse sin descanso de sus seres queridos sin recibir apenas agradecimientos. También por todas esas mujeres que fueron martirizadas con el mito de la superwoman y viven haciendo desquiciantes malabares para alcanzar la excelencia en todos los ámbitos: hogar, familia, trabajo y aspecto. Es la perfección como trampa, la perfección como yugo.

Paramos porque estamos hartas, hartísimas del paternalismo, el desdén y la condescendencia. De que intenten legislar sobre nuestros cuerpos y nos indiquen cómo debemos gestionar nuestras existencias. Hartas de que no nos tomen en serio, de que se frivolicen nuestras opiniones y nuestros problemas. De tener que demostrar el doble, de estar sometidas a un escrutinio constante tanto de nuestras tareas como de nuestra imagen física. Hartas de que se proyecte sobre nosotras la sombra de la duda, el cuestionamiento o la culpabilidad. La mujer taimada y sibilina, la mujer pérfida que te destroza la vida, la mujer mentirosa.

Paramos porque no queremos ser una excepción brillante en los libros de historia ni en los órganos de dirección, un trébol de cuatro hojas, ese cometa que pasa una vez cada mil años. Paramos porque estamos hartas del silencio y el olvido.

Pero, sobre todo, paramos porque podemos. Porque gracias a las mujeres que lucharon antes que nosotras y no esperaron calladitas a que les regalaran los derechos, ahora somos plenamente dueñas de nuestras decisiones. Paramos porque, aunque a algunos todavía les moleste, no necesitamos pedir permiso a nadie para reclamar aquello que nos pertenece.

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