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Sangre, sudor y lágrimas

Theresa May ha advertido que el brexit supondrá la aceptación de una realidad mucha más dura para los británicos. Se podría decir aquello de a buenas horas, mangas verdes, porque la dificultad de negociar una salida a la carta estaba cantada desde el principio. No digo ya el negro futuro que propicia el aislamiento en una Europa unida.

La razón de Estado requiere, además de personas con mente mejor estructurada que la premier del Reino Unido, políticos algo más rápidos. No hasta el punto de ser capaces de ponerle el supositorio a una liebre, como se suele decir en Inglaterra, pero sí más diligentes en su misión de anticipar los problemas o resolverlos. Theresa May no lo ha hecho y por ese motivo tiene que admitir ahora su frustración. Empezó escondiéndose en la tibieza europeista para labrarse su porvenir inmediato en el Gobierno, y acto seguido situarse al frente del brexit duro. El resultado ha sido tener que reconocer que la relación futura con la Unión Europea no va a ser tan halagüeña como algunos pensaban. Lógicamente, Bruselas no puede dar facilidades para la salida de manera que cunda el ejemplo en un momento delicado por el ascenso del antieuropeismo populista en los países socios. Italia es la nueva incógnita que planea; cada elección local representa una prueba de fuego.

Las quimeras se venden, como cualquier tipo de mercancía averiada, pero no duran. Su sueño no es eterno. Aprovecharse de los beneficios de la UE sin coste alguno no es una opción real. La demagogia utilizada en el referéndum por los detractores antieuropeos está siendo deconstruida por May. Demasiado tarde para hablar con honradez de la sangre, el sudor y las lágrimas.

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