Una vez más, los gobernantes del PP han decidido envolverse en la bandera española para ponerse a cubierto de la granizada judicial que están sufriendo por la corrupción endémica del partido y por los efectos devastadores de sus políticas antisociales en sanidad, empleo y educación. Ha bastado que a la cantante Marta Sánchez se le ocurriera una letra endosable al himno de España para que Mariano Rajoy y Esteban González Pons (también Albert Rivera, que aspira, ay, a sustituirlos) la felicitaran calurosamente en público y propusieran enseguida diversas útiles aplicaciones, como que la pizpireta cantatriz la interprete en la final de la Copa del Rey de fútbol que se celebrará en Madrid y seguramente ganarán otra vez esos malditos catalanes. Para restregársela por la cara, más que nada. La propuesta futbolera gubernamental no tendrá un gran sentido de Estado ni tampoco servirá para la edificación moral de la juventud, pero inflamará el ardor castizo de la España profunda contra una parte menos castiza del propio país, que fue siempre el deporte preferido del nacionalcatolicismo en torno a la Corte y hoy asegura un maná de votos ponderados.

Preguntada por sus admiradores cómo le donaron las musas esos excelsos versos para la Marcha de Granaderos, la artista madrileña ha contestado: «Me vino un flash en Miami». Lo ha dicho con una sonrisa iluminada por la incredulidad hacia su propia inspiración, y sobre todo con inocencia. No ya por haber escrito el verso «Y no pido perdón» (¿por qué tendría España que pedir perdón, teniendo una historia prácticamente inmaculada?), sino porque olvidó que justo estaba viviendo en Miami para evitar el pago de impuestos en España. A los asesores promartistas del soi-disant Partido Popular este último detalle no les ha importado. Ya Arantxa Sánchez Vicario extasió durante años y años a sus compatriotas llevando una muñequera con los colores rojigualdos en Roland Garros mientras estaba empadronada en Andorra para evitar el pago de los siempre molestos tributos nacionales.

Lo que han hecho los spin doctors del partido de Génova es asesorar a sus clientes para que se lancen a cumplir el objetivo de agrupamiento en torno a la bandera. Diversos estudios han constatado que el rally around the flag effect incrementa el consenso popular en torno al gobernante cuando éste declara una guerra o abona una crisis que amenaza la seguridad o la unidad nacional. Este efecto fue detectado por John E. Mueller, quien cuantificó la elevación del porcentaje de popularidad de diversos presidentes estadounidenses tras intervenciones militares y crisis diplomáticas que les habían hecho presentarse como comandantes en jefe de un país en estado de alerta. Si las encuestas y estudios posteriores indican que la popularidad de John F. Kennedy se elevó tras la crisis de los misiles cubanos (del 61 % al 77 %), la de George Bush padre durante la Primera Guerra del Golfo (del 61 al 90 %) y la de George W. Bush tras el 11S (del 51 % al 90 %), entonces al dirigente sin escrúpulos sólo le queda adelantarse a los acontecimientos. La tentación de agrupar bajo la bandera nacional y, de paso, presidencial a la mayoría de ciudadanos resulta demasiado fuerte.

Entre otros conflictos menores, Latinoamérica ha sido testigo del impulso de la guerra de las Malvinas a fin de distraer a la opinión pública de la crisis económica bajo la dictadura militar en Argentina. Desde enero de 1982 el gobierno de fuerza impulsó una campaña de prensa a favor de la recuperación de las islas antes de enviar al ejército para ocuparlas el 2 de abril de aquel año. En España, la tentación equivalente es la de Gibraltar, un peñón mediterráneo bajo dominio inglés que fue utilizado por Francisco Franco para desviar contra los británicos el descontento popular en busca de un consenso patriótico, y luego por José María Aznar y Rajoy cuando han querido extender una cortina de humo sobre los problemas internos del gobierno; así en mayo de 2012, cuando la Comisión Europea descubre en plena recesión económica que las cifras del déficit público español están falseadas, con un paro general del 25 % y un paro juvenil del 51 % bajo la sombra del rescate financiero, el ejecutivo conservador español provocó un incidente diplomático con el Reino Unido al prohibir a la reina Sofía que asistiera al Jubileo de Diamante de Isabel II en Londres.

Como demuestra a contrario el justificativo vídeo de campaña Ens agrada Catalunya! (¿alguien dijo que no les gustaba?), es sabido que al Partido Popular siempre le salió a cuenta enarbolar el nacionalismo español para enfrentarse al nacionalismo vasco y al catalán, con independencia de que en el momento adecuado llegara con ellos a acuerdos sustanciosos de gobierno. En concreto respecto a Catalunya, el enfrentamiento y el hostigamiento que alcanzó su culmen en la recogida de firmas que se hizo en 2006 contra el Estatut aprobado por las Cortes Generales y refrendado por los ciudadanos catalanes siempre le rindió réditos electorales en territorio español no catalán, por mucho que se los restara en la propia Catalunya. Al PP, las cuentas del enfrentamiento le seguían saliendo, y de aquellos barros vinieron estos lodos.

Las banderas españolas en los balcones de los barrios obreros depauperados por el saqueo gubernamental de la caja de las pensiones y el desmantelamiento del Estado del bienestar son a la vez causa y efecto de esta nueva incitación de los miembros del gobierno a tejer más banderas nacionales proletarias ahora que ya parece imposible superar en tamaño la bandera española más grande de la historia (731 metros cuadrados) que cubre un triste edificio de pisos baratos del barrio madrileño de Valdebebas.