Crecimos pensando que la salida a nuestras vidas era casarnos. Vimos películas donde las princesas esperaban a que viniera un príncipe a rescatarlas, vimos a nuestras madres renunciar a su carrera profesional para cuidarnos, lavar, cocinar, llevarnos al colegio. Domingos de duchas y de deberes. Vimos a nuestros padres ausentarse de casa largas jornadas para traer el dinero para subsistir, y crecimos queriendo buscar un marido, y estar delgadas y jóvenes para toda la vida.

Los filósofos más importantes de la historia nos quisieron hacer creer que éramos inferiores a los hombres; por "naturaleza" no pudimos votar, ni estudiar, ni trabajar como ellos. En este mundo patriarcal, estos hombres se atribuyeron una serie de privilegios para dejar sobre los hombros de las mujeres los trabajos del cuidado y del hogar solo por el hecho de ser mujer. Esos trabajos invisibilizados y nunca reconocidos.

Las mujeres llevamos miles de años soportando las agresiones de todo tipo, desde las violaciones en las guerras hasta en nuestros propios barrios, en el trabajo, en el deporte, en la cultura. Algunos hombres educados en el patriarcado han interiorizado que las mujeres somos inferiores y objeto de deseo, pero no. Nosotras somos sujetos de derechos. Si hablamos de las miles de mujeres que son asesinadas por hombres que dijeron amarlas, llegamos a comprobar cómo el machismo asesino es el signo más brutal de la desigualdad de género instaurada en esta sociedad.

Comprobamos día a día cómo los espacios de toma de decisiones está invadidos por hombres, pero por hombres que perpetúan los privilegios asignados por ellos mismos desde hace miles de años. Están ocupando el espacio de las mujeres en la política, en la universidad, en los medios de comunicación, en los consejos de administración de las grandes empresas, en las academias? Son el centro del mundo y diseñan políticas y acciones pensando en mantener sus prerrogativas.

En la Universidad y en los centros educativos son las mujeres la mayoría del capital humano, pero son "ellos", los rectores, los que invaden los espacios de poder, siendo las mujeres rectoras en las Universidades residuales. Todavía se estudia con materiales machistas y sexistas y el lenguaje masculino que nos invisibiliza sigue reproduciendo roles machistas desde el profesorado hasta el diseño de contenidos de las diferentes webs de estos espacios educativos.

Los premios, los Goyas, los Oscar, los Nobel, los nombres de las calles; todos están dirigidos a los hombres en un mundo androcéntrico y patriarcal diseñado para que unos cuantos sigan dominado a muchas mujeres.

Hoy, que las personas pensionistas salen a la calle, vemos a las mujeres que se dedicaron a sacar hacia delante a una población que salía de una guerra civil, con muchas necesidades, que no tiene derecho a una pensión digna. El gobierno les ha dicho que en aquellos años en los que se dedicaron a sacar un país hacia delante, "ellas" no trabajaron, y no tienen derecho a cobrar del Estado.

Y todos estos pretextos también se reflejan en el consumo. Un consumo industrial que nos hace maltratar a la naturaleza y consumir por un mandato capitalista, sin pararnos a pensar que queremos un mundo diferente, que queremos un consumo basado en el cuidado al medio ambiente e introducir en nuestra alimentación una vida más sana. Un consumo que obligue a las empresas a no esclavizar a las personas que se dedican al textil en país muy pobre, un compromiso por acabar con esta industria tercermundista.

El Estado tiene la obligación de diseñar el cuarto pilar del bienestar, y dedicar a la atención y al cuidado de mayores y menores unas políticas que permitan a una vida digna y a eliminar la carga de este cuidado sobre las mujeres.

La huelga del 8 de marzo de 2018 es necesaria y permitirá que cada vez estemos más cerca de una verdadera revolución, la revolución feminista.

* Presidenta de la Escola de Pensament feminista Amelia Valcárcel