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8m, un éxito sin paliativos

Hay quien considera este recién pasado 8M como el 15M del feminismo. Yo veo más similitudes con el movimiento contra la guerra de 2003, por su dimensión, su extensión y su carácter transversal (a fin de cuentas, el 15M comenzó como la movilización de una minoría, que sólo se amplificó merced a la represión gubernamental y a la atención de los medios).

El 15 de febrero de 2003 ocurrió algo inesperado. Desde hacía meses, el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, había embarcado al país en una arriesgada apuesta de política exterior, que conllevaba salirse del consenso europeo y apoyar sin reservas el aventurerismo del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y su empecinamiento en vincular el régimen de Sadam Husein con Al Qaeda y los atentados de las Torres Gemelas de 2001.

Frente a dicha apuesta, había en España un rumor sordo, difícil de cuantificar, del que los partidos de la oposición fueron meros adláteres. El de la oposición a la guerra fue un movimiento muy diverso, en términos sociales, generacionales y -por supuesto- también políticos. Y el 15 de febrero de 2003 dicha oposición pudo cuantificarse en la calle, cuando millones de personas se movilizaron y protestaron contra la guerra en todas las ciudades españolas. Allí quedó claro que el Gobierno estaba en absoluta minoría, por mucho que detentara la mayoría absoluta en el Parlamento.

Anteayer, jueves 8 de marzo, Día de la Mujer, había convocada una huelga y una manifestación feministas, que exigían acabar con la discriminación, en los muy diversos ámbitos en que ésta se produce (no sólo el laboral). Se trataba de una huelga poco convencional, pero el escenario social en el que nos movemos ha cambiado, y las huelgas ya no son, necesariamente, lo que eran en el pasado. Una huelga de estas características no sólo busca forzar la negociación con los patronos o con el Gobierno, sino que también evidencia un problema y trata de visibilizarlo.

Y, sin ningún género de dudas, en lo tocante a ese objetivo (visibilizar un problema) se ha logrado un éxito enorme. Los preparativos de la manifestación y la huelga del 8M han sido objeto de la atención de los medios de comunicación durante semanas; la sociedad ha hablado del asunto y de sus implicaciones; y las manifestaciones han sido un rotundo éxito. Hay quien lo considera el 15M del feminismo. Yo veo más similitudes con el ya mencionado movimiento contra la guerra de 2003, por su dimensión, su extensión y su carácter transversal (a fin de cuentas, el 15M comenzó como la movilización de una minoría, que sólo se amplificó merced a la represión gubernamental y a la atención de los medios).

Lo que ha quedado muy claro es que aquellos que, durante semanas, incluso el mismo día de la manifestación, despreciaban los objetivos y/o la repercusión de la misma, se han equivocado. Lo han hecho, sin duda, los partidos conservadores, que no han apoyado la huelga y se han subido (con cierta desvergonzonería, hay que decir) al carro de la manifestación. Y se han equivocado también ciertos opinadores de cabecera, que minusvaloraron el alcance de la movilización de las mujeres (y de los hombres que, en un adecuado segundo plano, decidieron secundarlas, que afortunadamente no fueron pocos) y atribuyeron despreciativamente estas protestas a una «minoría pija alejada de la realidad» (viendo algunas columnas y comentarios de opinión, cabría preguntarse quién cumple aquí ese rol de minoría pija alejada de la realidad).

Esta semana, en el ámbito específico de la Comunitat Valenciana, ha sucedido otro acontecimiento importante en materia de igualdad de género: por primera vez en su larga historia, de más de 500 años, la Universitat de València ha elegido a una mujer, Mavi Mestre (que ganó al otro candidato, Vicent Martínez, 53 % a 47 % en segunda vuelta), como rectora.

Tal vez no sea el más adecuado para hablar de este tema (porque participé en la candidatura que finalmente se quedó a las puertas de la victoria). O tal vez sí. Porque, cuando la nueva rectora reivindicó en el salón de actos del Rectorado de la UVEG la importancia simbólica de su victoria, el hito que constituía que por primera vez una mujer ocupase el más alto puesto de responsabilidad en la UVEG, sus palabras fueron emocionantes y genuinas. Y en el cerrado aplauso que recibió (mucho más largo, y más sentido, que cualquier otro que yo haya escuchado en esa sala) aplaudimos todos con entusiasmo.

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