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Curiosa fama sin prestigio

A veces se enreda uno en la anécdota y no atiende como debe lo fundamental, te fijas en el brillo reflejado pero no en el foco que da la luz. A lo que voy. Que a veces se ciega uno con programillas de mesa camilla, de bata y zapatillas de felpa, y pasas de puntillas por verdaderos manjares. En mi descargo, la hora de emisión, cuando ya está uno para más allá del arrastre. Hablo de «Millennium», una de las rarezas de La 2 que dan sentido a La 2, que justifican la televisión pública como, por ejemplo, «Músicas posibles», de Lara López, en Radio 3, o «Longitud de onda», con Fernando Blázquez y Yolanda Criado, en Radio Clásica, justifican la radio pública. Digo que los programadores de La 2 parece que a veces programan con el culito y piensan más en dar por el ídem que en estimular al espectador. Cuando llega «Millennium» y te saluda rozando la una de la madrugada su presentador, Ramón Colom, un hombre del pleistoceno de la tele, un señor que habla como si pensara que se dirige a una audiencia inteligente, curiosa, que también es capaz de hacerse preguntas, que tiene criterio y que si ve «Millennium» es porque merece el sueño perdido -apenas es seguido por 70.000 personas-, a esas horas, digo, vienes de haberte tragado cinco o seis informativos, algún que otro cacho de magacín, te has detenido con el mando donde no debieras porque sabes que te quedarás más tiempo del aconsejable, que quizá, al ser lunes, te han dado ganas de coger el primer alfiler que tienes a mano y en vez de pinchar el plasma para pinchar a Caprile acabas pinchándote tú, y que tal vez, si te has quedado embobado con la vestimenta de Alejandro Gómez, vulgaridad nominal que su dueño, ante semejante ordinariez, sólo podía cambiar por una horterada aún más gigantesca como Palomo Spain, a la altura de sus inabarcables atuendos rurales, epatantes, descacharrantes, perrunos, dantescos, simiescos, casposos, verbeneros, oclusivos, sincréticos, cascabeleros, folclóricos, pues eso, que cuando llega Ramón Colom con su prosodia de hombre antiguo, por reflexivo y profesoral, tiene que interesarte mucho el asunto del «Millennium» de hoy para no darle una patada a la tele y con el impulso caer en la cama y espantar el fantasma de Ana Rosa Quintana vendiendo potingues para combatir «los estragos de la edad», qué pesadilla.

Los 15 minutos

Pues sí, ese lunes del que hablo, «Millennium» se interesó, interesándome, por la cosa de la fama y los famosos. En la exposición del tema, el director del programa ya apuntó las balas a disparar y habló de que antes el prestigio iba unido a la fama, y que hoy no sólo no hace falta sino que el famoso lo puede ser porque sí, sin haber hecho nada especial en su vida. Ese fue el debate propuesto en «Quiero ser famoso», que contó con Alaska, que dejó clara una cosa. Cuando esta señora va sola a la tele, sin ese abstruso apéndice que la acompaña en demasiadas ocasiones llamado Mario Vaquerizo, resulta una mujer inteligente, pero cuando acude a un plató con él, se achica, se deja abducir, y resulta tan banal y absurda como su lerdo esposo. Dijo Alaska, recordando a Andy Warhol, que todo el mundo puede aspirar a ser famoso, a tener su momento de gloria, pero que todo dependerá, sea un chapero o una diva de la canción, de su carisma. El paparazzi Antonio Montero se quejó de que su profesión, la de periodista de crónica rosa, está en retirada porque hoy, cualquiera, con un móvil en la mano, puede hacer ese trabajo. El profesor Eloy Fernández, lúcido, irónico, divertidísimo, habló de la fama efímera del ministro o la ministra, con sus 15 minutos de infamia, y de la fama volátil, episódica, de quien concursó en el reality show del martes pasado y cuyo nombre nadie recuerda. Estaba también en el plató Carmina Jaro, directora de «Corazón», el programa de ídem de La 1 que ha hecho de Anne Igartiburu un icono de lela y ñoña pero elegante figura si la comparamos con la vulgaridad de propuestas parecidas en otras cadenas. Con tino y olfato de experta, Carmina distingue entre el famoso bufón, el famoso petardo, o el famoso que nace con la fama puesta -que también puede pillarle todo, petardo y bufón- si nace como famoso de cuna en una saga familiar conocida.

Zafios momentos

Para ir al grano y la pus, pensemos en sagas como la Preysler, matriarca hoy elevada al altar de la distinción y la distante exquisitez que ha sabido gestionar su fama justo por haber sabido dosificarse y huir como una leona de la fama cutre, de la fama vulgar, de la fama del populacho que mataría por los quince minutos de gloria mentados. Ella aspira a una gloria que nada tiene que ver con famosillos de mercadillo. Nunca fue tan fácil ser famoso como lo es hoy. A la vista está. Idea que Antonio Montero relaciona con la tele, con la audiencia, con lo que vende. Y lleva razón. Se podrá ser un eminente científico, pero ni tendrá fama ni ganará el dinero ni se lo disputarán las cadenas -bueno, alguna cadena que vive con esa podredumbre social- como sí ocurre con personajes nacidos en las cloacas, elevados a una gloria chusca, faltona, ruda y sin prestigio como productos de usar y tirar dispuestos a todo. Incluso a la estafa en connivencia con algunos medios que amparan el conocido como «montaje periodístico», es decir, la mentira vendida como verdad, como espectáculo. No es raro que mucha gente, muchos ciudadanos que no están al loro de algunos vertederos televisivos no conozcan a nadie de los famosos de última hornada, dueños de fama tan democratizada como vulgarizada. Pongamos dos ejemplos. Uno, asómense con pinzas en la nariz a la lista de los Supervivientes de Telecinco. Y dos. Una tal Carmen Gaona, me entero que mujer de Chiquetete, chabacana, ordinaria y zafia, manda «a tomar por culo» a Paz Padilla en directo en el vertedero de «Sálvame», y no contenta con el piropo, y a raíz de uno de esos comentarios barriobajeros de la tosca presentadora, la otra, al teléfono, le contesta, «chumino, tu puta madre». Señor, te lo pido de rodillas, si estas y otras pájaras, si este tipo de carroña simboliza la fama en nuestros días, aléjame de esa luz tenebrosa y pestilente. Por favor.

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